RAÚL SALGADO LEYVA

   Resultó sorprendente la declaración del Señor Presidente de la República sobre la no aprobación de la Reforma Eléctrica por parte de la Cámara de Diputados federal el pasado día domingo 17 del presente mes.

     Caló positivamente en el ánimo de muchos mexicanos y surgieron ánimos de certidumbre de una nueva y alentadora expectativa de encausamiento hacia mejores condiciones que apuntaran a medidas conciliatorias de unidad y de civilizada convivencia; sin embargo, decenas de encendidos seguidores, cegados en desenfrenadas muestras de “supuestas lealtades”, han venido incentivando peligrosas cruzadas informativas de agresivo descrédito hacia todos aquellos legisladores que votaron en contra de la citada Reforma Eléctrica, acusándoles de ser “traidores a la patria”, y han sido sometidos al linchamiento político, sin haber cometido delito grave, ya que sólo asumieron una actitud libre y aduciendo sus propias razones y convicciones dijeron no estar de acuerdo en emitir su voto en respaldo a esta controvertida propuesta.

    Podría estimarse, por un lado, la activa y valiente aceptación de un demócrata y después de un acto soberano asumido por los que disienten, o fue una simulada posición al asumir una actitud de desafiante desacato a una manifestación presidencial por parte de los simpatizantes.

   Derivado de estas estériles desavenencias, se han emprendido intensas, agresivas y peligrosas campañas de descalificaciones y amenazas contra los ”supuestos disidentes”, induciendo peligrosas medidas que conducirán irremediablemente a una polarización que amenazará ya no solamente con impedir mecanismos de entendimiento, sino que podría generar profundos resentimientos y odios que acabarán por afectar sensiblemente a nuestro tan dañado tejido social.

   De muy poca utilidad resultaron las espectaculares convocatorias para el debate y discusión de la Reforma Eléctrica, como tampoco las aportaciones y propuestas de empresarios, organizaciones civiles y expertos en la materia para procurar enriquecerla, sobre todo, cuando se dictan tajantes consignas de “no quitarle o ponerle ni siquiera una coma”, así como tampoco resultaron valoradas las acaloradas y fuertes discusiones que inducían hacia la construcción de mejores leyes y reglamentos normativos que aseguraran mayores condiciones de bienestar al pueblo de México.

   Venimos arrastrando un doloroso peregrinar en donde el odio y el rencor han acentuado una polarización peligrosamente amenazadora para la sana convivencia social y política. Los recientes y polémicos fallos de la Suprema Corte de Justicia, el viciado ejercicio de la Revocación de Mandato y la desaprobación de la Reforma Eléctrica, son los últimos acontecimientos que han venido fomentado la polarización social.

   No conformes con nuestra dramática realidad, seguimos metiéndole “leña a la hoguera” que ahoga y asfixia a nuestra sociedad, la que asediada por la incontenible inflación, la alarmante inseguridad, la falta de empleos, los exiguos salarios, la falta y deficiencia de servicios públicos, los efectos y las dolorosas secuelas de una pandemia que aún no concluye, son entre otros muchos factores los que agudizan aún más nuestra delicada problemática.

   En estudios recientes se ha señalado que la pandemia de coronavirus no solo ha dejado luto y dolor en miles de hogares mexicanos, sino que además nos ha arrebatado entre 4 y 6 años en el promedio de vida; a nuestras nuevas generaciones se les ha acotado tiempo y espacio, sus expectativas de desarrollo tienden a disminuirse y sus espacios de crecimiento resultan ser ahora de menor aliento.

    Ha menguado en cierta forma el optimismo y las emocionadas voluntades se han eclipsado. Hoy, una buena cantidad de maestros y alumnos, de la burocracia y algunos otros sectores concurren sin emoción a las aulas o a sus  centros de trabajo; muchos otros se resisten con negativa pasividad al esfuerzo y al trabajo y pocos son aquellos que tuvieron motivaciones persuasivas para tolerar las inclemencias de la pandemia y se sobrepusieron para salir adelante.

   Se necesita con urgencia el reencuentro con nuestras motivaciones de vida. Todos, sin excepciones, debemos emprender esfuerzos de ánimo, voluntad y esperanza. Seguramente los efectos en mayor o menor medida los están padeciendo muchos pueblos del mundo, pero en México, particularmente en el desempeño de nuestros gobernantes, deben darse muestras de auténtico liderazgo, despojados de odios, rencores, venganzas y vituperios, para que con toda la entereza moral nos encaucen por las vías de la unidad, la fraternidad y la sensatez, pero sobre todo es deseable que asuman los liderazgos que tracen el camino hacia una sólida reconciliación, con pleno respeto a los derechos de todos y a la libertad de pensamiento, sin más límite que el de ajustarnos todos, sin excepción, a una sana y fructífera convivencia social y con pleno sometimiento al Estado de Derecho.