Isidro Bautista

A veinte días de realizadas las elecciones, hay prominentes actores políticos que aún no entienden o se hacen los desentendidos de lo que definió la ciudadanía como un contundente mensaje al sistema, a las instituciones y a los partidos.
Algunos, pretendiendo ocultar sus ineficiencias y fracasos, aducen que el tsunami arrolló por completo el supuesto trabajo de sus cuadros, o bien que ante la consulta a sus oráculos, era más conveniente ahorrarse los recursos económicos destinados al pago de activistas u otros conceptos de campaña, por lo que optaron en hacer perdedizos los “apoyos” y “arrebatar” lo que previamente habían presupuestado. Esta práctica es esperada siempre por los parásitos incrustados en los diversos partidos políticos, succionando de manera cínica, dando paso a su voracidad y al oportunismo.
Esta primera lectura tiene dedicatoria para dirigentes partidistas que han hecho de la simulación su quehacer diario y para actores electorales visibles que han medrado en base a la opacidad y al engaño.
Las viejas prácticas han colocado al sistema partidista en un callejón sin salida, y se está ante una inminente crisis política, muy difícil de superar, no únicamente al excesivo abuso en el manejo de recursos públicos, al despilfarro, al desorden, a la indisciplina administrativa o financiera, sino también a la descarada imposición de candidatos, algunos repitiendo tres veces o más en los espacios de representación electoral; de igual manera, postulando a la mujer, a la hija, a la esposa o a la amante, sin mayor mérito social o partidista.
Sin duda alguna, el pueblo se fastidió, pues contuvo durante años su malestar ante las inmoralidades, fastuosidades y onerosas conductas que acabaron con su paciencia y heroica tolerancia.
De estas lecciones debe recoger cada quien lo que le toque. Ni envolverse en el dicho de que el tsunami me arrastró, ni a la complaciente idea de que fueron víctimas de la inercia.
Debe aceptarse la nueva realidad política, y sumarse a la confianza que requiere la nueva autoridad de gobierno en sus tres órdenes, en particular al hoy presidente electo López Obrador y al gobernador Héctor Astudillo. Existen las condiciones suficientes para avanzar y dar certeza a las instituciones y a los ciudadanos. A México no le puede, ni le debe ir mal,  porque hay un mandato ciudadano que se tiene que respetar. Hay esperanza de que el cambio sea para bien de todos y de que la lección recibida sirva. No hay pretextos para fallar.
Los partidos políticos están obligados a buscar perfiles idóneos; que se goce de buena fama pública y de conducta familiar ejemplar; revisar origen del patrimonio; no tolerar la violación mínima a la ley, ni a la normatividad administrativa; fincar responsabilidades a todos aquellos malos servidores públicos; dar más rigor fiscalizador a los procesos de entrega-recepción; reprobar y sancionar el descuido o negligencia en la prestación de los servicios públicos elementales; reintegrar de inmediato a la arcas correspondientes de los impuestos descontados a los trabajadores, así como de aquellas aportaciones obrero-patronales, y las conductas reprobables presentadas en entidades públicas.
O se corrigen y optamos por una mayor moralidad y transparencia, o se sucumbe a la sociedad en una profunda crisis, donde se contribuya a la cancelación del futuro de los hijos y de la patria. 
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