El  circote…

 

Por Felipe Victoria Zepeda

 

A veces en la administración pública pareciera contemplarse un circo con payasos ufanos sobre un ladrillo, que mareados con el poder se la pasan dando tumbos sobre la cuerda floja a la que los treparon sin ser equilibristas.

Igual bajo las carpas se observan tullidos de alambristas, cojos brincando la reata, plomeros en talachas de carpintería, electricistas improvisados de mecánicos y viceversa, o hasta médicos supervisando construcción de puentes e ingenieros civiles y arquitectos dirigiendo hospitales.

Soezmente divertido, a falta de animales y fieras domadas que los verdes ecologistas eliminaron del espectáculo circense para desgracia, porque el circo dejó de ser circo.

Es tradicional en la burocracia que hasta en la más modesta oficina los que llevan la carga son los empleados de base, aquellos a quienes no pueden correr porque son sindicalizados.

Sufridos los empleados de trinchera, se acostumbran a cambiar de jefecillos más seguido que de zapatos y protegen su área con mañas y artimañas; ya saben que al que llegue sintiéndose la divina garza envuelta en huevo, tendrán que enseñarle un poquito solamente de lo que ahí se debiera hacer.

De antemano saben que quienes llegan ven mal todo y a los pocos días querrán modificar sistema y procedimientos para que quienes los colocaron vean que está echándole ganas; ni quien se atreva a contradecirlos y de dientes para afuera tratan de mantenerlos contentos y creídos; total, lo que les interesa es saber cómo son “las buscas” en esa oficina y cuanto les toca; en eso no hay diferencia entre tantos jefes efímeros que van y vienen, entendiendo que el que come solo, se empacha.

Con mi respetado Ejército no me meto, pero algo similar ocurre con el divorcio emocional entre los de tropa contra los jefes, oficiales y mandos, pero ahí la disciplina es férrea; en cambio en la burocracia conocen perfectamente como deshacerse de nuevos jefes que lleguen muy exigentes o “mamones”: les hacen paros y organizan protestas, les cuelgan hasta calumnias y no falta que hasta las menos feas les quieran colgar acoso sexual, o les inventen amores de clóset.

Como sea, no es fácil llegar de jefes a cualquier oficina pública, siempre contra el resentimiento de los que llevan años ahí y jamás serán ascendidos por méritos y capacidad, entonces más vale llevar la fiesta en paz y a repartirse el pastel.

Pero no falta quienes de pronto desde muy arriba les quieran inculcar por decreto eso de la transparencia y la ética en el servicio, pero todo les entra por un oído y les sale por el otro, aunque aplaudan y sonrían, o hagan reverencias y se columpien, haciendo gala de su raquítico repertorio de adulación servil, inflando a los jefazos como sapos para que tarde o temprano revienten por su arrogante vanidad.

Raro es encontrar algún burócrata o “asesor” que se atreva a decirle “no” a los jefes y trate de orientarlos para que no se equivoquen; prefieren aplaudirles cuando ven que se van a echar de cabeza al pozo, para conservar la chambita.

Así vemos en la administración pública federal, estatales y municipales una caricatura que denigra la honrosa medianía del servidor público que pregonaba Don Benito Pablo Juárez García, en la moderna burocracia donde el más chimuelo masca clavos y los de mero arriba son utilizados de cartas comodín, según las ocurrencias del mando supremo, colocándolos donde menos aptos sean, pero a condición de que tengan elocuencia para echar rollos y discursitos que a nadie convencen.

¿Ejemplos? No quiero molestar al tambaleante Aurelio Nuño Mayer, a quien le dejó su comal ardiente el prudente Emilio Chuayffet Chemor, convencido de que la guerrita contra la narcoinsurgencia magisterial estaba equivocada de estrategias desde el inicio; igual que los tumbos dados para frenar y controlar las “policías patito” en que malamente gobernadores sin permiso de Bucareli transformaron a grupos armados de disque autodefensa en algunos estados de la República, consintiendo la justicia en mano propia a gavillas de malandrines contraviniendo las normas constitucionales federales, como le repugna a Miguel Ángel Osorio Chong.

Para que todo siga “funcionando” en esa maquinaria humana, es como a los automóviles que debe dárseles servicio de lubricación y engrasado cada equis tiempo o kilometraje recorrido, igual que afinarles motor y sustituir partes que dejaron de funcionar correctamente cambiándolas por piezas nuevas, o como el vital overhaull a las aeronaves.

Si todos los presidentes de México lo hicieron en sus gabinetes, ni gobernadores ni presidentes municipales podrían ser la excepción; renovar piezas de su equipo es indispensable y sano además; lo inadecuado es que en vez de mandarlos a descansar los reubiquen en áreas distintas donde llegarán a tratar de aprender qué se hace, excepción debida hecha con un José Antonio Meade Kuribreña, que regresó a la Secretaría de Hacienda donde fue buen secretario e incluso en un régimen panista.

“La eficacia y eficiencia provienen más de la experiencia que de la ciencia, distintas a la vez de la aptitud y la actitud”. Por eso en algunas instituciones respetables existen escalafones, grados y jerarquías que deben ganarse, pero en la aristocracia de la burocracia basta con que el jefazo lo discurra y por eso luego hay tantos chascos y pifias lamentables.

Reapareció Ángel Aguirre Rivero en La Gran Plaza de Acapulco, con Sofío Ramírez. ¿Habrán perdido algo?