Eudocio Téllez
El pasado 29 de noviembre los tixtlecos celebraron su elección municipal extraordinaria sin mayor sorpresa ni disturbios, como sí ocurrió en los comicios invalidados del 7 de junio de este año. Con una participación de más del 49% de la lista nominal el electorado decidió por el PRD, dejando atrás la vena priista del municipio, apenas interrumpida, en elecciones concurrentes estatales cuando, debido al voto de arrastre de candidatos carismáticos como Félix Salgado Macedonio en 1999 y Zeferino Torreblanca Galindo en 2005, y las presidenciales de 2012 con Andrés Manuel López Obrador, el PRD se hizo del poder municipal.
Las elecciones del domingo pasado en Tixtla son las primeras que gana un candidato de izquierda en procesos no simultáneos. Esto podría suponer, en primera lectura, que tuvo gran influencia la personalidad y el trabajo previo del candidato triunfador y la ideología partidaria del elector, más allá de la estructura del partido, que también es importante. Esto se debe a que en la coyuntura actual en que los partidos han perdido credibilidad ciudadana, las contiendas locales se tornan altamente personalizadas. No obstante, muchos electores no emiten su voto basados en hipótesis de responsabilidad, para rescatar un término de Anthony Downs, sino que valoran al candidato en función su autoubicación ideológica, sus valores políticos o la identificación con un partido determinado.
Sean cual fueren las variables que influyeron para que Hossein Nabor Guillén se levantara con el triunfo, lo cierto es que ya investido del cargo de presidente municipal, tendrá que armar una política de alianza con el gobernador Héctor Astudillo a fin de resolver los añejos problemas estructurales que ha padecido su municipio: los servicios públicos, principalmente agua potable y drenaje y el de inseguridad pública; problemas que en el contexto político actual se hace insoslayable resolver. Eso le daría un giro a la calidad gubernativa local, no nada más a Tixtla sino que es imperativo a todos los municipios guerrerenses.
El debate de la calidad de los gobiernos en un régimen democrático, se ha vuelto crucial, va mucho más allá de los procesos legitimadores. Es decir, no importa tanto llegar, sino como va a resolver la problemática en su ámbito de acción.
Los procesos electorales son sólo la mitad de la democracia, es la fase que vincula a los ciudadanos con el sistema político, pero una vez que el voto ciudadano coloca al gobernante o al representante en su silla, viene la otra mitad y quizás la más importante: resolver los problemas cruciales de la sociedad de la manera más eficaz y eficiente o dicho en otros términos producir resultados de utilidad social. Esto es lo que da origen a la democracia gubernativa, que a su vez marca o decide la confianza de los ciudadanos en su régimen político.
Por esas razones, el triunfo de Hossein Nabor es solo la mitad de la fase democrática, más relacionada a la capacidad de movilización y alianza electoral de su instituto político, el resto tendrá que ver con la innovación gubernamental que propicie el desarrollo local, entendiendo como la primera a la modernización administrativa y eficientar los niveles de ingreso, y como el segundo la provisión de los servicios básicos a la población.