POR: R. SALGADO LEYVA

   Los fracasos en la práctica política resultan ser fatales y frustrantes cuando alguna meta o propósito no se logra a satisfacción, lo que muchas veces ocurre por falta de empeño, por formación insuficiente o tal vez por ausencia de una rigurosa autodisciplina.

   Cuando la “operación política” falla, surgen los desequilibrios y brotan con suma facilidad la vacilación, el titubeo, la duda, la incertidumbre y se recurre frecuentemente a las fáciles salidas de alargar tiempos para resolver el asunto en conflicto, a instalar mesas de trabajo o en definitiva a firmar tediosas minutas ejercidas por la presión política, en las que en muchas ocasiones se contraen y se establecen compromisos que resultan inviables, de muy compleja solución, de incumplimientos por olvido o bien por la falta de recursos.

   En un estado como Guerrero con elevada vulnerabilidad, afectado por su ancestral pobreza y su marcada marginación social, le resultan gigantescas sus necesidades y altamente multiplicadas sus demandas, lo que hace casi imposible dar soluciones inmediatas y oportunas, relajan todo intento de orden y observancia, colocando en la obsolescencia Planes Estatales de Desarrollo y por destruir todo esquema de programación detallada; es decir los Planes y Programas anuales proyectados terminan por ser letra muerta ante el impresionante cúmulo de demandas y necesidades.

   Producto de este fenómeno es la proliferación de constantes conflictos que han venido trastocando la normalidad en la vida de los habitantes de Chilpancingo y de otros diversos municipios del estado, movilizaciones de personas y organizaciones que se producen a través del bloqueo recurrente de carreteras, calles y avenidas, de toma de oficinas, plantones en la vía pública y muchas otras formas de protesta violentas.

     Estas acciones propician no sólo la alteración de las actividades de Gobierno, sino que han incidido, lamentablemente, en perjuicios a toda la sociedad.

   Sin duda alguna que entre demandas y respuestas siempre ocurrirán circunstancias de competencia, de agudeza, capacidad, habilidad y de inteligencia, de lo que dependerá el éxito o el fracaso, por un lado, de quien exige solución a su problema y del otro, de quien reclama respuesta.

    Todo dependerá de la fortaleza quien la analiza o aceptación satisfactoria que corresponde acceder o de negar y de quien dependerá correr  la suerte  del que espera la respuesta.

   Desde la naturaleza de los asuntos, éstos podrían clasificarse en viables e inviables. Los primeros son todos aquellos que por normatividad le son atribuibles a la autoridad y los que por razones legales se les tendrían que buscar todos los mecanismos para que la respuesta sea afirmativa. Sin embargo, para atender los inviables, que están sujetos en muchos casos a la obstinación o capricho, deben utilizarse y buscarse todos las medidas persuasivas, con alta dosis de habilidad que ayuden y faciliten la sólida “operación política”, que permita la disuasión contundente y logre el convencimiento claro de su improcedencia.

   En consecuencia, en un estado marcado reiteradamente por su pobreza y con limitados presupuestos, las necesidades resultan gigantescas y las capacidades económicas serán siempre insuficientes. La grave disyuntiva obliga necesariamente a mantener a equipos especializados con sólida capacidad académica y política, consistente formación y con profunda vocación para el adecuado tratamiento de la problemática que enfrentan a diario las autoridades de los distintos niveles de Gobierno; son operadores en  quienes en gran medida descansan la estabilidad institucional y la normalidad social.

   El éxito de la “operación política” siempre estará del lado de quien la ejerza con mayor fuerza moral, con dominio claro y objetivo del problema, de su convincente argumentación y de la firmeza en el carácter, capaz de no doblegarse y de mantener contundencia, determinación, fiel y estricto en el cumplimiento de su palabra.

   Cuando la “operación política” del Estado se debilita o fracasa, surgen los signos de la ingobernabilidad y del deterioro institucional. Cuando las capacidades menguan o entran en una fase rutinaria, de desapego y de informalidad, la “operación política” se frustra y por consecuencia se pierde fe y esperanza de la ciudadanía.

     En el peligroso juego de la demanda y la respuesta va implícito el imperio de la inteligencia y de la razón, de ahí que la “operación política” debe descansar en equipos renovados frecuentemente, dotados de inteligentes mecanismos de habilidad política y de sobrada capacidad.

   El engaño, la mentira, la postergación de tiempos en la respuesta, la firma de simuladas minutas y las tediosas “mesas de trabajo” no dejan de ser procedimientos poco útiles, infructuosos, de dilación intencionada y muchas veces de escapes momentáneos al compromiso.

   Hagamos que la “operación política” se dignifique. Es por el bien de todos.