Alejandro Mendoza Pastrana

 

 

 

Más allá de los intereses personales, de grupo o de partido que prevalecen temporalmente, lo verdaderamente útil sería pensar en los efectos positivos o negativos que éstos puedan tener hacia las futuras generaciones. Obviamente esto sería lo ideal, pero la realidad es que prevalece todo lo contrario.

 

Una tendencia generalizada es anteponer los intereses de todo tipo, justificados o no, en la inmediatez del beneficio. La gran mayoría quiere sacar provecho de una circunstancia especial sea ésta económica, política, material, ascensos o de cualquier otra naturaleza.

 

Pero más allá de una simple conducta, forma de pensar o de hablar, lo cierto es que tales acciones son parte de todo un sistema de actuación humana y que tiene efectos nocivos en todos estratos económicos y áreas de la sociedad.

 

El ego, yo, egoísmo, es el nombre que se le da a aquellos sistemas éticos que sostienen que el amor propio es la fuente de toda acción racional y determina la conducta moral. En un sentido general del término, se puede llamar egoísta a cualquier sistema que obtiene algo bueno del ego, el final y motivo de una acción. El nombre, sin embargo, se ha adecuado por su uso a aquellos sistemas que hacen que el único fin de la conducta sea la felicidad, el placer o la mejora personal.

 

Vale la pena comprender en ese lo que el egoísmo prevaleciente significa. Y es que hace referencia al amor excesivo e inmoderado que una persona siente sobre sí misma y que le hace atender desmedidamente su propio interés. Por lo tanto, el egoísta no se interesa por el interés del prójimo y rige sus actos de acuerdo a su absoluta conveniencia.

 

Y este es un terrible mal que acecha familias, vecindarios, áreas de trabajo, responsabilidades políticas y a la sociedad misma. Primero yo, luego yo, y después yo. Este concepto proviene del ego que es, de acuerdo con la psicología, la instancia psíquica mediante la cual un individuo se hace consciente de su propia identidad y se reconoce como yo. El ego es aquello que media entre la realidad del mundo físico, los impulsos del sujeto y sus ideales.

 

En este contexto, imagínese a una persona con altas capacidades de ejercitar algún poder sea político, económico, gubernamental, social, etc. Definitivamente los efectos de su actuación serían totalmente negativos para todos los que cohabitan con él.

 

Una persona así es opuesta al altruismo y la ayuda a los demás. No hay sensibilidad. No hay capacidad de ver las necesidades de una realidad existente. Vive en su mundo. Un mundo que actualmente se vive en medio de la violencia y la destrucción.

 

Obviamente hay quienes en la sociedad intentan que las cosas mejoren a su muy limitada capacidad, pero son esfuerzos constantes que pueden ser tangibles a futuro, aún sin el apoyo de quienes verdaderamente sí pueden influir en el pensamiento colectivo y no lo hacen, sino que actúan contrariamente alentando en la colectividad un pensamiento egoísta que ellos traducen de manera visible.

 

Paula Díaz, de Mentes Maravillosas, hace una excelente recopilación de siete rasgos que pueden ayudar a descubrir comportamientos egoístas, tanto propios como ajenos. 1. No muestran sus debilidades y vulnerabilidades. 2. No aceptan las críticas constructivas. 3. Consideran que merecen todo. 4. No escuchan a los que están en desacuerdo con ellos. 5. Critican a espaldas de los demás. 6. Agrandan sus logros y 7. Les da miedo arriesgarse.

 

En la sociedad como en la familia se deben emprender acciones tanto individuales como colectivas para erradicar prácticas egoístas que sólo agravan las condiciones difíciles que enfrenta la actual generación. La humildad y el altruismo deben ser condiciones diarias en la actuación de políticos, gobernantes, líderes, dirigentes, legisladores, maestros, abogados, magistrados, jueces, policías, periodistas y de cada persona en particular.

 

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

 

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