Alejandro Mendoza

 

Cada día las personas se encuentran con escenarios donde cada quien –como se dice coloquialmente— se rasca con sus propias uñas. Y de verdad es tal el egoísmo y el individualismo que aun a pesar de la necesidad que enfrente alguien, todavía lo acaban de amolar.

No se presta ayuda, ni auxilio, ni muchos menos existen palabras de ánimo, de aliento, de esperanza para el que está atravesando una situación difícil, compleja, delicada.

De hecho en gran medida ha ganado terreno una brutal deshumanización en donde los valores y los principios no existen. El materialismo y el dinero que hoy se entiende como las “buenas cosas” y la “buena vida”, reina en la mentalidad, proceder y hablar de la generación presente.

No existe ya en muchas, pero muchas personas el entendimiento de la civilidad; bueno, es una materia que hasta de las escuelas se ha quitado como enseñanza en la educación básica.

Estoy de acuerdo, no todos son iguales en este sentido. Por ejemplo existe el chofer del transporte público, sea de taxi, urbanero o colectivo, que reúne todas las características del “así soy y qué”, mal educado, irresponsable para manejar, que va “a las ganadas”, no respeta ninguna señal vial, lujurioso, agresivo, alcohólico, drogadicto, etc. Pero también existe el chofer que sí es civilizado, responsable, atento, educado, que cede el paso, que sabe que presta un servicio a la gente y que lleva bajo su responsabilidad vidas y la seguridad de muchas familias.

De igual manera ocurre con cada una de las actividades del ser humano. Hay “buenos” y “malos” en la política, en el gobierno, en el magisterio, en el comercio, en las iglesias, en la iniciativa privada, en las policías, en todos lados.

Pareciera que la palabra clave en el quehacer humano debiera ser la civilidad. Que todas las personas aprendiéramos a vivir y a convivir en civilidad. Y es que con frecuencia se emplea la palabra civilidad sin mucha idea de lo que ella quiere decir.

Hay desde luego una serie de elementos que razonablemente forman el significado de civilidad. Entre los cuales se destaca que es algo considerado positivo, se considera una especie de virtud deseable en todas las personas, en todos los momentos y épocas. Aunque en la actualidad pareciera no ser un tema de relevancia en la conducta de las personas.

La civilidad se refiere al trato entre dos o más personas, a la forma en la que interactúan entre sí, a cómo conviven y se tratan unas a otras. Es sinónimo de cortesía, amabilidad, urbanidad, cordialidad, buena educación, respeto y otras más.

Está por demás decir que civilidad implica la existencia de reglas y normas que apuntan lo que debe hacerse y no debe hacerse, preceptos innumerables, de gran sentido común y que están afectados por las costumbres y la cultura, pero también por la regla básica de tratar a otros como uno quisiera ser tratado.

También la civilidad está muy ligada a una palabra clave: civilización, lo que queda claro en cuanto a que su opuesto es salvaje. Claramente la civilidad puede comprenderse como lo opuesto a rudeza, brutalidad, fiereza y similares.

Tiene que ver con el concepto de educación y conocimiento, de donde resulta que ignorancia sea prácticamente uno de sus antónimos. Un ignorante, se piensa, será alguien que tenga un comportamiento grosero y vulgar.

Igualmente, un gran indicio de civilidad es muy notable en el vocabulario de la persona, cuando ella emplea palabras y expresiones variadas que demuestran conocimiento, lo que coloca como sin civilidad a quienes tienen un escaso vocabulario y él está lleno de vulgaridades y malas palabras.

Otra parte fundamental de la civilidad radica en otra faceta de la educación de la persona, la de su habilidad para razonar y pensar, lo que coloca como sin civilidad a la persona que carece de esas habilidades y, por lo tanto, acude a los insultos personales como herramienta argumentativa.

La civilidad es una virtud, una forma de actuar, que se adquiere. Necesita ser enseñada, mostrada a la persona para entrenarla en tener civilidad. No se nace con civilidad.

Hay un peligro latente en la idea de civilidad, el de pensar que significa tan solo llevarse bien con todos sin importar quiénes son ni qué piensan. Una actitud que pide superficialidad en los tratos y frena la posibilidad de intercambios de ideas.

Es obvio que la civilidad es algo con lo que no se nace y se adquiere con la educación que sale de un principio central: todas las personas tienen una misma dignidad y merecen un trato digno. Los detalles de las reglas de trato amable pueden cambiar dependiendo de los lugares, pero no la norma central: trata a los demás como quieres que traten a ti.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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