¿Entre el gusto y el susto en Acapulco?

 

Felipe Victoria

 

En el mágico puerto de espectáculos como el Festival de La Nao en que muchos paisanos acapulqueños pudieron ir a conocer el Fuerte de San Diego y divertirse gratis, otros siguen inmersos en la sicosis del miedo que la narcoviolencia comenzó a infundir desde el 2005.

Durante una década ya, los tres niveles de gobierno no atinan para hacer lo debido con razzias de extorsionadores y ejecutores, porque los protegen disimulando, en tanto desfilan simulando patrullajes vistosos y costosos.

Así las cosas, conservar el optimismo se dificulta y muchas personas han optado por irse de aquí cerrando sus pequeños negocios en que daban empleos.

Claro y qué bueno que sigan habiendo millonarios y grupos dispuestos a invertir en el otro Acapulco, el de la zona Diamante y Barra Vieja hacia San Marcos, eso servirá a los que se animen a entrarle al ramo de la construcción en varios oficios, mientras se abren plazas para quehaceres domésticos cocinas y jardinería.

De momento nos queda dar gracias a Dios porque sobrevivimos y pedirle que nos cuide para que no por casualidad nos toque un ‘levantón’ o una bala perdida mientras salimos de casa y a encerrarnos a piedra y lodo en un virtual toque de queda nocturno, como el que sugiere el empresario de seguridad privada Jacko Badillo, el paliativo más a la mano.

Sí aquel Acapulco de la gran vida nocturna murió de día, cuando a pleno sol matan personas por ajustes de cuentas sin que los asesinos sean ni perseguidos, aunque los hechos se den en las narices de las corporaciones policiacas, como el sábado pasado en la colonia Progreso, de las más inseguras en el municipio.

Los del pueblo de a pie ya estamos aburridos de discursitos chafas de quienes prometen sin ton ni son soluciones muy virtuales, pero además ignoran la materia de seguridad pública, procuración y administración de justicia…

Tan fácil que sería dejar que los propios policías digan por qué están fallando, qué y quienes los obligan a convertirse en auxiliares de las mafias; pero ese gremio ya perdió toda esperanza de redención y mejor se callan, para llevársela de a muertito mientras los jefazos amasan fortunas rápidas provenientes de las cuotas a la superioridad, manteniéndolos  amenazados con el despido, pero sin recursos para indemnizarlos, pero igual sin que jóvenes mejor preparados académicamente quieran reclutarse en el desprestigiado oficio peligroso y mal pagado.

Siempre ha sido así, desde cuando los excombatientes revolucionarios tuvieron que emplearse de policías y veladores en las grandes ciudades.

Los acostumbraron a no exigirles probidad tolerando el recibir sobornitos de infractores y malhechores siempre y cuando cubrieran las cuotas para los jefes, pero al menos en tiempos de aquel “Negro” Arturo Durazo Moreno a la delincuencia sí la trajeron a raya, aunque con claros excesos brutales.

Ni qué decir aquí en Guerrero, cuando acostaban chaparros poniendo en paz eterna bajo piso a truhanes disfrazados de luchadores sociales comunistoides integrados en células guerrilleras que secuestraban y asesinaban, hasta que hubo que exterminar a la liga 23 de septiembre y otros grupos peligrosos con la temida y temible Brigada Blanca.

En junio de 1990, cuando crearon la Comisión Nacional de Derechos Humanos con Jorge Carpizo y en Guerrero meses después la Coddehum con Juan Alarcón, se dio inicio al freno de abusos y la tortura como método policiaco de “investigación”, sistema heredado desde tiempos de la Colonia con el Santo Oficio o Inquisición.

Sin embargo, hoy día en todo México de costa a costa y de frontera a frontera, los delincuentes hacen su regalada gana, escudados en múltiples organizaciones no gubernamentales disque defensoras de los derechos humanos y en que las oficiales nacional y estatales perdieron la brújula, transformándose en elefantes blancos que inhiben a las corporaciones policiacas para actuar con la energía legal necesaria y mejor se hacen guajes los agentes del orden y la ley…

La paciencia popular se agota… y a lo que vamos es a que la gente se ponga las pilas y reaccione aplicando la justicia sin ley, linchando delincuentes.

Ya muchos habitantes consiguen armas, pero la aristocracia de la burocracia no se da cuenta porque en las alturas cuentan con custodia y protección gratuita y algunos hasta de vehículos blindados disponen.

Cierto que en este primer año gobernando Héctor Astudillo Flores los altos índices de ingobernabilidad en que dejó la entidad Rogelio Salvador Ortega Martínez por punibles omisiones en el mando disminuyeron.

Un buen paso hacia el orden y paz que prometió Astudillo en su campaña, pero falta que deveras se decida a romper las cadenas de la impunidad tradicional y las complicidades políticas que dejaron en la ruina a Guerrero.

Un año ya caminando, pero será oportuno que depure y afine su equipo de colaboradores para obtener mejores resultados, sobre todo en el área de la rampante inseguridad pública, donde no hay nada que festejar…

En la capital del estado no cantan mal las rancheras y “los malos” traen de rodillas a “los buenos” y a los parranderos, los habitantes ya respiran el hedor del miedo colectivo además del de la basura acumulada.