* Astudillo, de reojo, pasaba lista a todos

* Leyva y Moreno, juntos, ni se miraron

* Un personaje muy popular, la “Mácara”

 

Jorge VALDEZ REYCEN

 

El rostro duro, de piedra, de Marco Leyva Mena era expresivo. Estaba, sin estar.

En el mismo presídium, pero al otro extremo, Mario Moreno Arcos lucía relajado, con una camisa de finas rayas multicolores.

Ambos no cruzaron ni de reojo las miradas. En cambio, Héctor Astudillo Flores los veía con el rabillo del ojo a cada uno. Su sonrisa casi imperceptible, lo decía todo.

Un espontáneo de la UAGro interrumpió a Astudillo, en sus cinco minutos de fama y protagonismo. La gente lo festejó por su ocurrencia. Astudillo apretó la mandíbula y regresó cuatro pasos a su asiento. Cedió el micrófono a una de las 300 madres de familia beneficiadas con las escrituras de sus viviendas nuevas, en el Fraccionamiento Jardines de Zinnia, al norponiente de Chilpancingo.

En primera fila estaba Fernando Navarrete Magdaleno, que reaparecía en un evento oficial. También los empresarios de la Coparmex, de la Cámara Nacional de Vivienda y los funcionarios inseparables.

Astudillo miraba de reojo a todos, pasaba lista de presente a la mayoría, inclusive a quienes estuvieron bajo el rayo del sol, como Narno Leyva.

El morbo estaba presente en las reacciones del alcalde Marco Leyva hacia su antecesor Mario Moreno. Parecían congelar ese ambiente caluroso con su frialdad y miradas inexpresivas, cargadas de animadversión. Cosas de la política… de temperamentos y malquerencias.

De pronto, una frase de Astudillo los sacude de su marasmo. “El chiste de saber gobernar es ofrecer felicidad y alegría a los guerrerenses”, dijo en un discurso que estaba disperso, salpicado de interrupciones y de buenos deseos.

Astudillo corrió las cortesías a ambos, que en su tiempo, abonaron para la materialización del fraccionamiento. Mientras Marco se quedó fundido a su asiento, Mario se levantó y extendió la mano derecha para agradecer la mención al jefe político de las instituciones. La frialdad, congelante, del inexpresivo Leyva Mena era más que elocuente y sintomática. ¿Qué estaba pasando por su mente en esos momentos?

El personaje del evento fue Luis Hernández López, conocido como “La Mácara”, quien sin tener un cargo en el gobierno se movía a sus anchas entre empresarios, secretarios del gabinete, contratistas, expresidentes municipales y constructores de vivienda. Con acné severo en las mejillas, “La Mácara” es un muchacho festivo, audaz y hábil en cuestiones de operatividad ligadas a los negocios. Estaba entre las primeras filas, a medio perfil, sin atraer miradas ni hacerse notar mucho.

Hay quienes lo ubican como personaje central de la obra pública, pues el trato de familiaridad que tuvo con Rafael Navarrete Quezada así lo dejó entrever. La efusividad como se saludaron, era parte de esa familiaridad y confianza como se tratan amigos y socios.

Carlos de la Peña Pintos fue uno de los secretarios que acompañó a Astudillo en el viaje de Petatlán a Chilpancingo, y se quedó rezagado por acudir al llamado fisiológico, tan pronto aterrizó el helicóptero. Otro de los acompañantes del gobernador, Alejandro Bravo Abarca, llegó y se ubicó al extremo izquierdo del presídium, al lado de Mario Moreno. Callado, observador, discreto, también movía los ojos para alcanzar a leer las otras miradas y esos silencios, que gritan más que las palabras.

Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.