• * El anciano no cree que exista el COVID-19 pero deja su vida en manos de Dios

Recorre las calles de Tecpan desde hace más de 50 años. Prepara raspados a sus 70 años de vida, sin que lo detengan sus problemas de vista ni el COVID-19. Abelardo Andrade Hernández trabaja cuatro veces a la semana para poder comer, pues tiene la seguridad de que el gobierno no lo va a mantener.

Vive en la cabecera municipal y las calles son su centro de trabajo. No importan los penetrantes rayos del sol ni la sofocación que produce el calor en esta región, donde el sol parece pegar con coraje, más en esta temporada de verano.

De hecho, su trabajo tiene como objetivo mitigar el calor en el cuerpo humano, endulzando y bañando de colores el hielo. “Sus raspados están buenos”; dicen quienes ya son sus clientes.

Incrédulo en la pandemia que ha provocado enfermedad en cinco ciudadanos y la muerte de dos de ellos, don Abelardo afirma que tiene que buscar la economía para su familia.

Tiene problemas de la vista en ambos ojos, a consecuencia de un golpe que recibió durante su juventud. En una charla mientras despachaba un raspado, relata que se dedica a esto desde hace medio siglo, después de que aprendió a preparar las mieles con las que da sabor a sus raspados que también son conocidos como pabellones en la región Costa Grande de Guerrero.

No usa cubreboca. A su andar, destacan sus huaraches de suela de llanta, cruzados con la cinta de un cinturón de seguridad. Las fuerzas todavía le alcanzan para empujar su carretilla de madera rodeada de botellas llenas de miel, coloridas.

Se lamenta porque, “nunca había visto a la gente con los cubrebocas, las tiendas cerradas y las calles sin gente desde la tarde”. Y remata: “es algo muy triste”.

Confía en que “las cosas se arreglen pronto”, aunque es consciente de que se camina a un paso muy lento.

Platicó que desde su juventud dejó la comunidad de Pantla, de donde es originario, en el municipio de Zihuatanejo. Llegó a Tecpan y después inició a trabajar como vendedor de paletas de hielo. Posteriormente pagó para aprender a elaborar las mieles de tamarindo, grosella, limón, vainilla y fresa, con las cuales pinta y endulza sus pabellones.

Aclara que no cree que exista el COVID-19 pero deja su vida en manos de Dios. “Si me llegara a enfermar sería porque así lo quiso Dios”, dice mientras descansa dentro de una sombra.

Pero independientemente de que exista o no la enfermedad, sostiene que está obligado a salir a trabajar para obtener dinero y mantener a su familia. “Soy una persona que vive al día”, apuntó.

“A mí el gobierno no va venir a mantenerme, si uno no trabaja no come, exista o no un virus, de todos modos hay que chambear para poder comer”; atajó, ante el cuestionamiento sobre el riesgo de trabajar en la calle, en medio de la pandemia.  API