¿Xavier Olea, fiscal maniatado?

 

Por Felipe Victoria Zepeda

 

Quizá cuando invitaron al famoso abogado penalista para que viniera a Guerrero a hacerse cargo de la Fiscalía General de la entidad natal de su padre, que hasta fue gobernador interino entre el defenestrado Israel Nogueda Otero y el inquieto ingeniero Rubén Figueroa Figueroa, no se imaginó el berenjenal en que se metería.

No es lo mismo haberse pasado años conociendo por fuera las pifias y artimañas de las procuradurías para fabricar culpables que él defendía, que entrar de lleno a las entrañas del monstruo, con la obligación de controlarlo y hacer cumplir sus funciones sin corruptelas ni chambonerías.

Una misión imposible en Guerrero y dondequiera en México, porque tradicionalmente el Ministerio Público y sus policías han sido los grandes olvidados de los gobiernos en todos sus aspectos, desde el presupuestal hasta el de moralidad y probidad de quienes en esas dependencias prestan sus servicios por suelditos miserables, por el pretexto de que “tienen chance de nivelarse” comerciando libertades, cosa que a todos los litigantes les ha constado y Olea no es la excepción.

Como quien dice, el destino lo hizo cambiar de giro 180 grados; no es lo mismo defender que investigar para acusar y ejercer la acción penal cuando se satisfacen los requisitos constitucionales para consignar debidamente a cualquiera como presunto responsable de delitos. Ambas cuestiones son especialidades que requieren de bases académicas y sobre todo de experiencia, pero además de vocación, olfato e intuición.

Para colmo, le tocó la puesta en marcha del nuevo Sistema Penal Acusatorio, que el personal a su mando no acaba de digerir y son reacios a ponerse a estudiar de nuevo, o a cambiar de mañas para decirlo más clarito.

Xavier Olea encontró una Fiscalía heredera de enormes rezagos en averiguaciones empolvadas exprofeso para que caducaran términos y se les pudiera mandar al archivo de reserva como asuntos prescritos; con el titipuchal de órdenes de aprehensión pendientes que son minita de oro, y peritajes que duermen el sueño de los justos porque no les aceitan la maquinaria a los “expertos”.

Peor inacción y capacidad de respuesta si el presupuesto no alcanza para satisfacer las necesidades básicas de la dependencia; nadie del personal quiere poner de su dinero para gasolina cuando es menester trasladarse a diligencias ministeriales. Mucho menos para el papel o el tóner de impresoras para las actas, así que se las tienen que ingeniar para que público cubra esos gastos, por las buenas o las malas.

Curiosamente los casos más graves, los de homicidios, son los peor atendidos; si acaso se quedan en el levantamiento de cadáveres, traslado e identificación de los mismos, pero jamás son investigados, salvo raras excepciones muy forzadas.

Es más, ni cuando han sido asesinados personajes relevantes le han puesto ganas; bastaría ver los casos de muertes durante el zeferinato, donde más bien pareciera que hubo consignas de hacerse guajes.

¿Cómo podría Xavier Olea comenzar a depurar tantos asuntos rezagados si el alud delictivo de cada día sobrepasa la capacidad operativa de la Fiscalía, aunque estuviera en óptimas condiciones funcionales?

Ni está completo su cuerpo de agentes del Ministerio Público ni el de sus policías ministeriales, porque unos están de incapacidad, otros de plano son incapaces y un alto porcentaje están comisionados de guaruras de funcionarios y sus familias, y de los que restan, muy pocos resultan confiables ni son eficaces; habría que evaluarlos o checar como compraron la plaza alguna vez hace mucho o hace poco.

Que asesinen a un jefazo de la policía estatal en su hogar de Acapulco junto con la esposa, criminológicamente es un bocado especial para los que son de veras investigadores de corazón; quien sabe si los tenga Xavier Olea dentro de la Fiscalía; hasta se antojaría que pida ayuda externa de tantos bufetes de investigación especialistas que debe conocer fuera de Guerrero. Incluso para que sus sabuesos estén libres de nexos y compromisos mafiosos en el estado.

Los de aquí, por simple precaución o compromisos no han de querer echarle ganas, pudieran saber de antemano de quienes fue el desquite, pero nadie puede abrir la boca y entonces Xavier Olea tal vez no cuente ni con “un Watson” que le ayude a encontrar lo elemental.

Desesperante para un abogado prestigiado que en el otoño de su carrera se vino a asomar donde no debía. Pero le habrán de exigir resultados inmediatos tantos litigantes que se opusieron a su designación por el Congreso.

-¡Tilín tilín!- Suena la campanita escolar.

-Maestra Pizarrina, ¿qué ocurrencias las suyas de dejarnos de tarea averiguar sobre Agatha Christie y el tal Sherlock Holmes?

-Es para que le tomen gusto a eso de la investigación de delitos, chamacos.

-No jorobe teacher, ya nadie acostumbra leer novelitas de ningunas.

-Para eso cuentan con el Internet, no sean flojos.

-Pero si todo pensamos ser de grandes menos que abogados.

-Nada le hace, cuando pasan cosas feas toda la gente anda de metiche criticando a las autoridades, sin tener idea de lo difícil de su labor, hay que enterarse para no ser injustos.

-No nos late maestra, mejor pídanos ir de bulto a una manifestación exigiendo justicia por el muertito importante más importante y estamos puestos, ¿o de plano nos esperamos al que sigue?

-¡Shhh… cábrense cayones!