Hablemos bien de Acapulco

 

Karmelynda Valverde

 

Sí, es lo mínimo que podemos hacer. Hablar bien, resaltar lo mucho bueno que tiene Acapulco, incluso magnificar sus bondades, los atractivos con los que fue bendecido este paradisiaco destino turístico.  Y hablar bien de Acapulco, es hablar bien su gente y sus dones especiales para ser estupendos anfitriones, excelentes cocineros, dulceros y artesanos que magistralmente trabajan, lo mismo la fibra del coco, que las cochas y caracoles, así como toda clase de material elaborando artísticas piezas como barcos dentro de botellas.

Hablemos bien de Acapulco, nos pidió el gober Astudillo hace unos días y no faltó la banda de descocados y mequetrefes que se le fueron a la yugular, sacando de contexto su petición, asegurando que nos quería aplicar ley mordaza para que ya no se hiciera mención de los cotidianos hechos delictivos.

Cuenta la leyenda que los acumulos hechos tan irresponsablemente a don Héctor, llevan plan con maña y danzón dedicado a la guapetona doña Erika Lührs, a quien acusan muchos compitas de “no peleshion”. Será el sereno, pero no se vale. Antes bien deberíamos ser nosotros, los que tenemos la gran bendición de colaborar o chambear para un medio escrito o electrónico, incluyendo a comunicadores de radio y televisión, quienes deberíamos habernos propuesto desde endenantes hablar bien de Acapulco.

Nada, absolutamente nada arreglamos denostando al gobernador o al presidente de Acapulco, y mucho menos faltándoles al respeto, cuando el mandato divino es que oremos por ellos. Digo, así como no hay escuelas para padres, tampoco las hay para gobernantes. Y si como padres la cajeteamos y por muy duchos que nos pongamos con nuestros jijitos, nos salen a veces buenos hijos y estudiantes, o flojonazos, o arrechos, pero no vamos a maldecirlos resaltando solamente sus errores (que es lo que la mayoría de las veces hacemos), o pentonteándolos como he escuchado a algunos padres costeños decirles a su prole, sino enfocándonos en sus virtudes, que sí las tienen aunque cojeen de la otra patita, ya que la Biblia nos enseña que papá Dios nos equipó y bendijo a cada uno de nosotros con diferentes dones.

El mandato divino también incluye que pidamos que Dios les de sabiduría a cada uno de nuestros gobernantes, funcionarios en general, líderes y legisladores. Hablar palabras de vida y no de muerte, de bendición y no de maldición, porque en nuestra boca hay un milagro. Hablar bien de Acapulco es amarlo, y el amor por Acapulco exige el rechazo al rumor, a la maledicencia, a la agresión verbal, en contra de nuestros gobernantes. Es cuidarlo, es ponernos de acuerdo en oración y clamar al Todopoderoso que es el único que puede cambiar tan sangrientas circunstancias.

Amar a Acapulco y a nuestro pozolero estado, es no usar posición política alguna (y una buena dosis de frustración) para diseminar piradas conjeturas en contra de nuestro gober, verbigracia la doña Beatricita Mojica. Neta papá qué da la impresión de ser un exabrupto cannábico… como si en lugar de haber metido la pachona en alcohol para remedio reumático ¡se la hubiera fumado!. Neta, neta, que se le  botó feo la cuira. Muestra de que los rencores sicilianos por el triunfo de Astudillo Flores siguen latentes. Pero no pues, no la chifle doña Betty que es cantada. Así en nada ayuda y sí mucho perjudica. Mejor machete tate en tu vaina.

¡Y mejor hablemos bien de Acapulco y de su gente! ¡Mínimo!.