Andrés Campuzano

 

Reflexionaba ese sabio mexicano que fue don Heberto Castillo, que el terremoto de 1985 cuyo epicentro se registró en donde se unen o separan los estados de Guerrero y Michoacán –que fue de 8.1 grados Richter–, que causó más de 40 mil muertos, pero oficialmente unas 6 mil 500 personas, las ondas sísmicas habían viajado por el subsuelo centenares de kilómetros y habían chocado con la base de una gran pirámide en el centro de la ciudad del entonces Distrito Federal donde precisamente se encuentra lo que fue en época del emperador Moctezuma el Templo Mayor.

Ahí, en esa fuerte y enorme base, construida a muchas decenas de profundidad, las ondas sísmicas chocaron, rebotaron y se encontraron con otras ondas que se sucedían, al final, eso provocó un fuerte terremoto localizado en el centro de la hoy Ciudad de México, el 19 de septiembre de 1985, a las 7 de la mañana con 19 minutos.

La cifra de muertos, traumática. Las pérdidas materiales, enormes.

Pero la zona de la tragedia, fue el centro de la capital mexicana y es el mismo sitio en el que hoy 19 de septiembre del 2017 a la una de la tarde con 14 minutos, las violentas ondas sísmicas volvieron a sacudir y a derrumbar edificios, casas e inmuebles dejando un número indeterminado de muertos y heridos pero que ya llegan al centenar de fallecidos en Morelos, Estado de México, Puebla y Ciudad de México. El terremoto de hoy fue de 7.1 grados

Ayer como hoy, los terremotos golpean a Ciudad de México.

La naturaleza no mira quién se pone enfrente de su camino.

Antes de 1521, la Tenochtitlan era una enorme laguna. Sólo las construcciones macizas en el centro del imperio azteca, era, precisamente, el Templo Mayor y otros centros ceremoniales construidos alrededor y cuyas base están debajo de la catedral de México, en el zócalo.

La parte alta, ‘el copete’ de la pirámide principal, símbolo del poder azteca que dominó desde el año del 2250 DdC , fue destruido por los españoles no así los cimientos, encima de estos se edificó la catedral metropolitana.

Pero desde ese 1521, los españoles y la ambición por el dinero, comenzaron a tapar la enorme laguna, se le dio prioridad al cemento e inició una carrera por ganarle sus sitios a la naturaleza.

Si fue certero don Heberto Castillo, las ondas de los terremotos no “se van de largo”, chocan, rebotan y mueven macabramente el suelo fangoso de la ciudad de México en el corazón de la capital.

Cada que llueve, la ciudad de México se inunda.

¡Claro!: ahí era una laguna que la perversidad humana por el dinero, terminó por desaparecerla.

¡Ahí están las consecuencias!