Felipe Victoria

 

¿Tristes recuerdos?

 

Haciendo memoria, a mis diecinueve años de edad, en marzo de 1970 me dio por afiliarme al Partido Revolucionario Institucional en el undécimo distrito del Distrito Federal junto con un compañero de la Iberoamericana, Antonio Reyes Retana, vecino además de Lindavista.

Ambos nos apuntamos al servicio jurídico gratuito del partido para ir poniendo en práctica lo que aprendíamos en la universidad, donde muchos compañeros eran ricos de familias “panistas”.

En esa alma mater no cabían comunistoides simpatizantes de los partidos de corte socialista que existían, y algunos compañeros y lindas condiscípulas eran hijos de altos funcionarios públicos; un ambiente escolar duro donde no se podía perder el tiempo ni clases, con un profesorado selecto.

Las cosas del destino me hicieron coincidir en la universidad y en el PRI con dos chamacos aplicados de la primaria que conocí en 1962, cuando los ganadores del Certamen Ruta de la Independencia fuimos llevados ante el entonces presidente Adolfo López Mateos, que sin mucho presagió que alguno de los presentes sería presidente en el futuro, pero dirigiéndose casi en particular al de Quintana Roo, Pedro Joaquín Coldwell, hijo de su amigo libanés Nassim Joaquín, el que hizo crecer turísticamente Cozumel e Isla Mujeres, con fama desde antes que crearan Cancún.

Al chamaco sonorense de Magdalena de Kino lo reencontré en el edificio de Buenavista en andanzas por el PRI, él se había ido al TEC de Monterrey y a la lejana Alemania, y coincidíamos en la cafetería tecolotera de frente al PRI.

En fiestas patrias de 1993 me invitó a comer en sus oficinas de Turismo en Polanco mi compañero Pedro Joaquín Coldwell, que se inició en la burocracia con el papá de nuestro compañero Joaquín Gamboa Yurén y fue ascendiendo hasta secretario de Estado con Carlos Salinas de Gortari.

Yo andaba en mi apasionante mundillo de la policía, procuración de justicia y cuestiones de inteligencia, pero además ya era columnista en El Sol de México, edición del mediodía, el semanario Quehacer Político y participaba en la radio, lo que me permitía frecuentar a personajes encumbrados como el profesor Carlos Hank González y otros.

No cabía de gusto Pedro Joaquín Coldwell cuando me confió que Luis Donaldo Colosio Murrieta, con quien tenía grandiosos planes para detonar el desarrollo de Pie de la Cuesta y la Laguna de Coyuca de Benítez, sería el candidato presidencial para 1994 y llegó el momento de ponerse a la disposición contribuyendo en distintas tareas, según nuestros conocimientos específicos.

Para febrero de 1994, junto con Pedro Joaquín Coldwell afinamos la portada de un Estudio Sobre la Corrupción Policiaca y propuesta de solución para Colosio, que como mi cuarta novela salió iniciando marzo bajo el título de “Perro Rabioso”, el mote que nos endilgaron a quienes combatimos deshonestidades policiacas desde la Contraloría Interna de Protección y Vialidad con el General Ramón Mota Sánchez, mientras su segundo era el todavía Coronel José Domingo Ramírez Garrido Abreu.

Inimaginable a fines de 1993 lo que le sucedería al amigo Colosio, cuya campaña fue entorpecida desde dentro del PRI por dilectos camachistas y hankistas atlacomulqueños, pero con toda la saña del “vicepresidente” francoibero Joseph Marie Córdoba Montoya, que tenía como su predilecto al gris y calladito Ernesto Zedillo.

Vaya que tuve oportunidad de conocer desde ring side las intrigas entre grupos políticos, capaces de todo por ambicionar el poder máximo de México.

Después del sepelio de Colosio decidí dejar la militancia priísta para integrarme libremente al equipo multidisciplinario binacional de quienes investigaríamos a fondo el complot urdido en Los Pinos y disimulado por la PGR, con el hándicap de mi presencia periodística y las novelitas que publicaba.

Comedidamente Gobernación con el doctor Carpizo me reclutó para servicios confidenciales muy especiales y cuando asesinaron medio año después que a Colosio, al guerrerense José Francisco Ruiz Massieu, que llevaba una investigación alterna del Tijuanazo, tuve que permanecer en Guerrero, donde desde el caso de la niñita Merle Yuridia Mondaín Segura y ‘El Chacal’ de Acapulco, con la valiente posición honesta del Juez Cuarto Penal, Manuel Añorve López, nunca solté el dedo del renglón en combinación con el exgobernador Xavier Olea, logrando encarcelar a dos magistrados de Chilpancingo, un ministro de la Suprema Corte y al truculento penalista Enrique Fuentes León.

Como los amables lectores podrán deducir, mi vida en 67 años no ha sido aburrida, menos en condiciones constantes de riesgo sobre todo por ejercer la libertad de expresión en medios; lo dicho en la radio se pierde, pero lo impreso se queda en hemerotecas y bibliotecas trascendiendo fronteras.

Agradezco infinito a la Asociación Nacional de Locutores y su presidenta, Rosalía Buaum, que a propuesta del delegado en Guerrero, César Felipe Leyva, me propusieran para recibir la medalla ‘Luis M. Farías’ el próximo 13 de septiembre en el ex DF, por trayectoria de más de 25 años en la radio, igual que al prestigiado Jorge Zamora Téllez, Enrique Silva e Igor Pettit, y otros colegas con merecimientos y antigüedad; ojalá mi salud y el bolsillo me permitan asistir al evento pues me daría mucha tristeza perdérmelo.