Alejandro Mendoza

 

Aunque la palabra tolerancia ha sido usada constantemente por gobernantes y políticos, lo cierto es que, en muchos de los casos, solamente sirve de ornato en el discurso porque en los hechos no se práctica.

Tocar el tema de la tolerancia política es introducirse en la médula para comprender la política y la cultura política actual. No cabe duda que el progreso de la sociedad y de la cultura democrática, así como de la política del reconocimiento y del multiculturalismo, conduce a la vigencia de la tolerancia. No es un tema nuevo ni mucho menos, pero se ha desarrollado de manera significativa en los últimos años.

Derivado de diversas concepciones y opiniones podemos afirmar que la tolerancia política es el respeto irrestricto a la convicción ideológica y partidaria de los opositores. El tener ideas divergentes no debe ser motivo de escarnio, insulto, denuesto o maltrato físico o emocional.

Tolerancia, según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, es el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.

Así como la Constitución Política decreta libertad de cultos, igualmente consigna libertad de ideas políticas. Es la voluntad de ampliar los derechos fundamentales y las libertades públicas de las personas y grupos cuyos puntos de vista son diferentes del propio.

Es un principio fundamental de una democracia. Los derechos individuales y libertades que los ciudadanos poseen alientan una amplia gama de ideas y creencias, algunas de las cuales pueden ofender a los segmentos de la población.

Sin garantías para la libre expresión de opiniones divergentes, corremos el riesgo de una tiranía de la mayoría. En una sociedad libre y abierta, la deliberación pública expone las denominadas malas ideas en vez de suprimirlas.

Hay ejemplos en dirigentes de los partidos políticos que no toleran la discrepancia política al interior de sus grupos. No hay tolerancia política por la divergencia de ideas, de opiniones o de creencias. Y eso es un terrible mal que mina la cultura democrática. Discrepar puede resultar, en el mejor de los casos, enriquecedor para una mejor visión a futuro.

La tolerancia política es uno de los valores que deberían instaurarse realmente en la sociedad actual. Cada ciudadano tiene derecho a apoyar el partido político, proyecto o persona que desee, tanto oficialista como opositor. Asimismo, los ciudadanos no deberían tener tratos diferenciados debido a su creencia política.

A la vista de todos prevalece la división política. Y se ha instaurado malamente la expresión o estás conmigo o estás contra mí.

El nicaragüense Alejandro Serrano, jurista y filósofo, enfatiza que no cabe duda que la tolerancia constituye un elemento esencial de la cultura política y que su ausencia, que implica la presencia de la intolerancia, es un factor determinante en la confrontación y la violencia.

Es claro que tolerancia no significa ni debe significar debilidad ni claudicación, pues no se trata de declinar necesariamente ante los argumentos, acciones o posiciones contrarias a las que nosotros sustentamos, sino la apertura al debate de las ideas, al análisis de los diferentes puntos de vista y al ejercicio del pensamiento crítico.

La historia política ha estado marcada por la intolerancia, la ausencia de la discusión racional y de un diálogo verdadero. Difícilmente en los debates se admite la argumentación y la exposición reflexiva, pues habitualmente, salvo en algunos casos, se discute sobre la base de afirmaciones categóricas, juicios definitivos, frases herméticas, conceptos absolutos e inapelables que se aceptan o se rechazan, se toman o se dejan.

En el diálogo político, en términos generales, solo es posible la sumisión o la confrontación, y generalmente se encubre la incapacidad de dialogar con el argumento. Se aprecia, más de lo debido, la palabra fácil, la respuesta rápida, el doble sentido y el juicio mordaz.

Esto dificulta el diálogo verdadero, pues, aunque parezca contradictorio, en ese volátil ejercicio de habilidades inmediatas, se busca la imposición de criterios inamovibles, orientados más a demoler que a convencer, o peor aún, que a ser convencidos.

Se apuesta a la afirmación fácil, aunque sea falsa, a la frase rápida y punzante, aunque sea errónea, al chiste oportuno y a la burla, aunque encubran la incapacidad de respuesta. De esa manera ligera y a la vez categórica se va construyendo un universo de afirmaciones absolutas, un mundo habitado por actitudes autoritarias que bajo todo punto de vista y en toda circunstancia se tratan de justificar.

El riesgo es que ese comportamiento no sirva finalmente, más que para acentuar el autoengaño sobre el cual sustentar la conducta individual y colectiva, resume Serrano. Y eso significa la ausencia de la tolerancia política y en nada ayuda a la cultura democrática; por el contrario, la distorsiona y atrasa.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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