* Los cambios que vienen
* Astudillo y su gabinete
* Orbitar Guerrero, no es todo
Jorge VALDEZ REYCEN
El 27 de abril cumplirá seis meses como gobernador de Guerrero.
Lo que ha vivido Héctor Astudillo Flores como mandatario estatal han sido sinsabores y lo sabía perfectamente desde que hizo campaña. Sabía el tamaño del desafío y las recurrentes explosiones sociales generadas por el fenómeno de la violencia e inseguridad.
No ha sido abandonado por el Gobierno de la República, como fue la promesa del presidente Enrique Peña Nieto, y que ha cumplido Miguel Osorio Chong, secretario de Gobernación.
En lo interno, Astudillo pudo confeccionar un equipo de trabajo que en los casi seis meses ha sido disperso, muy participativo, pero poco efectivo. Solo cinco o seis secretarios del gabinete han tenido que hacer de tripas corazón para sacar adelante una contingencia en la gobernanza, finanzas, seguridad, procuración de justicia y la inminente implementación del nuevo sistema de justicia penal acusatorio transversal.
La promulgación de un Plan Estatal de Desarrollo vino a llenar un vacío en materia de planeación. Al menos puso orden al desmadre bien organizado que se tenía, en planes a lo loco, ocurrencias y caprichos del poder que dictan los estados de ánimo de quien lo ejercía.
Guerrero vivió más de un año a la deriva, en la ingobernabilidad, sin espacios de seguridad garantizados por su gobierno y las facturas de ese vacío de poder tuvieron consecuencias gravísimas que aún se padecen en municipios. Entre ellos Acapulco, con una falta de continuidad en las acciones del gobierno, que alentaron la percepción de un vacío de poder y una frecuente abulia.
Guerrero requiere un cambio de mentalidad. No se puede seguir tolerando la violencia de maestros disidentes, provocando la ruptura del orden por un desmedido afán de crear anarquía, aun cuando sus justificantes ya fueron rebasadas por un ordenamiento legal. Retornar a la pasividad frente al vandalismo, es un retroceso por donde se vea.
La pérdida del principio de autoridad en estricto sentido de la palabra, es lo que se vive en las calles. Taxistas, urvaneros, automovilistas, choferes materialistas, todos nos pasamos los altos y estacionamos donde sea, sin respetar a nadie. Hay un sentido exacerbado del influyentismo, la prepotencia, de una forma que sólo sanciones punitivas harían recomponer ese temor de violar la ley, so pena privativa de la libertad. Y eso está en bandos de policías y reglamentos aprobados por cabildos y diputados.
Guerrero vive la militarización anunciada desde los años 70’s y 80’s cuando se desgarraban vestiduras los luchadores sociales de que un estado democrático era suplantado por la bota militar y los abusos. La tortura de una mujer detenida por presuntos vínculos con la Familia Michoacana y sometida a crueldades videograbadas, es el único antecedente hasta ahora de los excesos en la lucha contra probables criminales de parte de soldados, marinos y federales. Negativo precedente que pega durísimo a la credibilidad de las instituciones.
Guerrero debe ajustar un gabinete que funcione, no simule. No es saludable ver al gobernador erigirse en vocero y ser “rafagueado” con preguntas, juicios de valor, lucubraciones y hasta posturas activistas por reporteros que pretenden marcarle la agenda mediática, cuestionarlo, criticarlo y hasta burlarse de sus acciones.
El gobierno tuvo un fuerte golpe anímico en su credibilidad, confianza y certidumbre frente a la sociedad en el fatídico 2014. Y esa crisis no debe recaer directamente en el jefe del Ejecutivo, como ocurrió, sino en un equipo de profesionales que hagan su trabajo y salgan a decir lo que hacen, pero con una estrategia, no desordenadamente.
En materia de comunicación es donde el gran bache permanece y lo reconoce el gobernador tácitamente, al asumirse como su propio vocero de su gobierno.
La certeza da confianza. Pero la duda…
Nos leemos mañana, SIN MEDIAS TINTAS.