Alondra García

 

Cinco horas de espera bajo el sol. Un minuto de protocolo, 10 minutos de discurso. Decenas de los mejores estudiantes de Guerrero sucumbieron ante el calor y la insolación durante la visita del presidente Enrique Peña Nieto al municipio de Iguala.

El acto de abanderamiento de 300 escoltas estaba programado a la 1:30 de la tarde. La hora del diablo en esta ciudad de la región Norte, cuando el sol pega más duro y más directo.

Por indicaciones del gobierno federal, los militares, policías, marinos y estudiantes que participarían en esta actividad llegaron desde las 10 de la mañana al estadio de la Ciudad Deportiva de Iguala.

Cientos de sillas de plástico fueron dispuestas sobre el campo de futbol, a pleno rayo de sol, sobre pasto sintético.

Ahí los participantes –la mayoría estudiantes menores de edad— esperaron la llegada de Peña Nieto durante tres horas y media.

La indicación fue no moverse del lugar asignado. Estar quietos, no armar desorden, no buscar refugio del sol inclemente. Todo debía estar perfecto, sincronizado, pulcro, para cuando llegara el presidente.

Sin desayunar y sin agua, decenas de los estudiantes más destacados de Guerrero sufrieron desmayos y episodios de insolación desde antes que llegara el mandatario.

Una oficial de la Marina Armada sucumbió también. Una estudiante de preparatoria fue sacada en brazos, otra más vomitó sobre el campo que horas después pisaría el presidente.

Para el medio día el calor era tal que el pasto sintético adquirió una consistencia pegajosa. El calor penetraba por la suela de los zapatos y las sillas de plástico ardían sobre la piel de los menores.

La clase política fue ubicada frente a los estudiantes que sufrían las inclemencias del sol y el calor.

Para ellos la visita de Peña Nieto fue distinta. Grandes y lujosas carpas blancas los resguardaron del astro rey. Cómodas sillas y botellitas de agua fría hicieron de su espera un momento agradable. Incluso se tomaron el tiempo para socializar y tomarse selfies.

Los estudiantes miraban a los funcionarios. Los funcionarios veían cómo caían, desmayados, los estudiantes.

Nadie dijo nada.

Otros cientos de estudiantes, más afortunados, se sentaron en las gradas improvisadas alrededor del campo de futbol. Bajo el resguardo de las carpas blancas, su ánimo era mejor.

Una hora antes de que llegara el presidente, los oficiales de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) les enseñaron algunas porras para Peña Nieto y las ensayaron en varias ocasiones.

También les indicaron cómo y cuándo hacer la ola. Así el mandatario se sentiría feliz, les dijeron, cuando llegara y viera el ánimo con el que era recibido.

Enrique Peña Nieto llegó a la 1:26 de la tarde. Minutos antes había encabezado el izamiento de la bandera monumental en el cerro del Tepehue. A diferencia de otros años, la ceremonia no le perteneció al pueblo. El evento fue exclusivo para la clase política.

“¡A la bio, a la bao, a la bim bom ba, Peña, Peña, ra, ra, ra!”, corearon los estudiantes que se ubicaban en los templetes. Los oficiales del Ejército los animaban a hacerlo bien, como lo habían ensayado previamente.

Para ese momento, la temperatura era de 34 grados centígrados a la sombra. Bajo el sol y sobre pasto sintético, era casi el infierno. Los estudiantes ubicados en esta zona no aplaudieron, ni corearon porras, ni se emocionaron. El sol y el calor los había vencido.

El primero en tomar la palabra fue el gobernador Héctor Astudillo Flores. “Guerrero no está postrado, está siempre de pie, no lo abate ni la pobreza ni la miseria”, expresó en un enérgico y emotivo discurso.

Mientras hablaba, varios estudiantes cayeron ante la inclemencia del sol, el hambre y la sed.

Después tocó el turno en el micrófono al presidente del Senado, el panista Roberto Gil Zuarth.

Tras su intervención llegó el momento cúspide. El presidente Enrique Peña Nieto se levantó y, en un minuto, concluyó con el acto de abanderamiento de escoltas.

Después pronunció un discurso de 10 minutos. No habló de Ayotzinapa, ni siquiera mencionó la palabra.

“Los hechos ocurridos en el municipio de Iguala”, fue la frase con la que se refirió a la tragedia ocurrida en esta ciudad en septiembre de 2014. La pronunció un minuto antes de terminar su discurso.

Fin del evento.

Los estudiantes se levantaron de las sillas como si tuvieran un resorte debajo. Varios seguían desvaneciéndose bajo el sol.

Una voz al micrófono les ordenó quedarse en su lugar. Nadie podría irse. Antes, el presidente Enrique Peña Nieto haría un recorrido por el campo para saludarlos.

El mandatario levantó el brazo, sonrió. Comenzó una caminata lenta por la circunferencia para acercarse al pueblo –aunque siempre hubo una barrera metálica y decenas de guardaespaldas entre él y la gente—. Aun así caminó triunfal.

La desesperación aumentaba. Nadie podía irse antes que el presidente.

Con un brazo levantado en señal de saludo, Peña desfiló por el campo. La sonrisa, varias manos estrechadas, una selfie, dos selfies, tres selfies.

Aplausos entrenados, incentivados por los oficiales de la Sedena. Gritos, porra, ¡viva Peña!

“¡Nos faltan 43!”, gritó una maestra desde una tribuna. No hubo respuesta, ni siquiera una mirada del presidente hacia ella.

El recorrido continuó y acabó antes de llegar al área de reporteros. No habría entrevistas con el presidente.

Enrique Peña Nieto abandonó el estadio tranquilamente. Ahora sí, cientos de personas trataron, con desesperación, de abandonar el lugar.

Al salir a la calle se toparon con cercos metálicos. “Podrán irse hasta que se vaya el presidente”, explicó un soldado.

Los cercos estaban acomodados de tal forma que, cuando el convoy de autos de Peña Nieto abandonó el lugar, parecía que la ciudadanía había salido a las calles para despedirlo.

Él sacó la mano derecha por la ventana de la camioneta blindada. Dijo adiós.

Después el vehículo se detuvo por unos segundos, él abrió la puerta y asomó la mitad de su cuerpo. Sonrió, levantó el brazo, se despidió.

Los automóviles de lujo abandonaron el lugar. La primera visita del mandatario a Iguala desde la tragedia concluyó. Tras de él se fueron cientos de unidades del Ejército, Gendarmería, Marina Armada y Policía Federal. Otra vez la ciudad de Iguala, quedó vulnerable.