* El crimen de Gisela Raquel Mota Ocampo

* La indignación

 

Isaías Alanís

 

Al iniciar el 2016 y en plena euforia por la entrada del año en el estado de Morelos, gobernado por un impopular Graco Ramírez, sucedió un hecho aberrante, como tantos otros que se cometen en la tierra de Zapata, gracias a la probable colusión de las autoridades y el crimen organizado. Para nadie es nuevo que el gobernador y su corte desgobiernan Morelos y que pese a las enormes protestas populares en su contra el gobierno federal lo apadrina porque es un “gobernador perredista” cargado hacia la derecha y Los Pinos.

En este escenario que vive Morelos de inseguridad, “de acuerdo con las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, al 30 de noviembre de 2015, Morelos registró una tasa de 23.17 por ciento de homicidios por cada cien mil habitantes, la cuarta más alta de México. La entidad se encuentra sólo por debajo de Guerrero, con una tasa de 51.12 por ciento, Sinaloa, con 30.36 por ciento, y Chiapas con 23.80 por ciento…” (La Jornada/3/Enero/16).

La mañana del sábado 2 de enero en Pueblo Viejo, un grupo de asesinos llegó hasta su domicilio, allanó la puerta, penetró en el inmueble y liquidó a la presidenta Gisela Raquel Mota. La joven alcaldesa había tomado protesta al cargo el día anterior en un municipio asediado por el crimen organizado: Temixco, como también lo están Jiutepec y Emiliano Zapata, en la zona conurbada de Cuernavaca.

El mensaje es muy claro: “los presidentes que no se alineen con nosotros, esto les puede pasar”. Los mensajeros de la muerte y ejecutores, hasta el cierre de hoy, dos fueron ultimados por la policía y tres se encuentran detenidos. Otros más huyeron. Se trata de jóvenes, muy jóvenes, que recibieron la orden de alguien.

No hay que olvidar que Gisela Mota venció al candidato de Graco y que fue una política cercana a Andrés Manuel López Obrador.

Se abre otra herida a México. Una mujer fue arteramente silenciada con la muerte. Y no hay modo de cerrarla. Gisela será desgraciadamente a mediano plazo, otra cifra, otro caso cerrado como cientos de miles. La justicia es inexistente en este país de ciegos, sordos y mancos. Otro caso sin resolver como los millares de muertos de Calderón. Otro caso de muerte que pesa sobre las tablas del PRD, que protege a Graco y a su camarilla familiar que ha instalado su reinado en Morelos.

En Guerrero han sido ultimados diversos funcionarios y alcaldes; en Michoacán también, el gobierno de Silvano Aureoles Conejo no hace nada por sacar de la cárcel a los jóvenes normalistas y al doctor Mireles. Sin embargo, se criminaliza la lucha social.

El asesinato de la alcaldesa de extracción perredista y cargada a MORENA, Gisela Mota, podría ser otro signo simbólico del derrumbe del sol azteca, de su falta de congruencia y de que perdió el rumbo al traicionar sus principios, al hacerla de palero de lujo y convertirse en el enemigo de un proyecto, al menos, esperanzador, impulsado por López Obrador, el malo de la película made in televisa.

La muerte de Gisela Mota es otra mancha más al tigre amarillo. Y tan de repente, tan así, tan como si nada pasara, cortar una vida intensa, abrir huecos de sangre en un cuerpo joven, liberar a los demonios de siempre y alterar la vida de una familia, de un pueblo, de una nación con otro crimen, es doloroso, dador de rabia, coraje e impotencia.

¿Que va a pasar? ¿Se volcará el pueblo de Morelos y comenzarán las protestas, la insurgencia civil o todo se va cubrir con el manto de impunidad, y se va castigar a chivos expiatorios y no a los verdaderos culpables del crimen de Gisela?

Ya se tienen a un buen número de detenidos, carros abandonados, armas y elementos que no cuadran con el móvil del asesinato o son pistas falsas para cubrir a los verdaderos asesinos. ¿Por qué el mando único a través del C4 no se dio cuenta en las cámaras que un auto con hombres armados llegaba a la casa de Gisela?

Si algo pasa, se van a cimbrar los frágiles cimientos encajados sobre un lodazal del gobierno de Graco Ramírez y de su policía Alberto Capella, y del fiscal Javier Pérez Durón.

En redes sociales, que a veces son una burbuja que saca la purulencia ciudadana y otras el pulso de un pueblo hastiado, algo está pasando, la muerte de Gisela no puede quedar impune. Este asesinato se suma a los casi cien ediles abatidos en el país y funcionarios de todo tipo, a 43 de Iguala, a los miles de crímenes, a las miles de fosas sin nombre, al sacrificio de seres indefensos que son secuestrados, torturados y nunca más regresan a su casa.

La muerte de Gisela Mota es una alarma roja para los mexicanos que ya no quieren vivir con el “Jesús en la boca” cada vez que salen a la calle, donde de pronto se sueltan balaceras cruzadas que han ultimado a cientos de miles de mujeres, hombres, ancianos y niños.

La indignación ha llegado al tope. ¿De dónde salió la orden de sacrificar a la alcaldesa que juró acabar con el crimen organizado en Temixco? Sólo pocos lo saben y no van a decir nada. Como el caso de Armando Chavarría Barrera en Guerrero, todos saben de dónde salió la orden pero nadie sabe nada. ¿Gisela será otra cifra de los olvidados? O se repetirá la historia “del nadie sabe y todos saben que cómo fue y quién fue”.

El crimen de esta joven mujer, debe de ser investigado y resuelto por las autoridades; si no, sobre las mismas autoridades pesará la sospecha. Nunca más otra mujer asesinada en México.

De reojo

No cabe duda, si la Autopista del Sol mantiene la cuota al 50% Acapulco estará al tope. Lo escribí cuando “Ingrid y Manuel”. Ojalá que Héctor Astudillo Flores gestione que se mantenga el precio todo el año. Que conste.