La violencia marca el inicio de la Semana Santa, sin la seguridad de detenerla.— La fe religiosa el único camino de autoprotección de la gente

Enrique Vargas

Las creencias religiosas y el respeto a la vida de los demás no tiene espacio en la lucha entre los grupos de la delincuencia que buscan imponer su predominio, para lo cual no dudan en matar al mayor número posible de sus adversarios, lo que deja un panorama de violencia permanente y de ejecuciones constantes, que se contabilizan entre los 5 y los 10 muertos diariamente en promedio.
Por la brutal lucha que desarrollan entre ellos, es obvio que para los integrantes de esos grupos las creencias religiosas parecen no tener mayor valor ni espacio entres sus convicciones, si es que existen, pues sólo van por el dinero que les dejan sus actividades ilegales y la determinación de acabar con quienes se les oponen, les estorban o les hacen competencia.
El inicio de la Semana Santa lo marca un Domingo de Ramos, que dejó cuando menos 11 muertos en el estado, en las ciudades o municipios donde se ha concentrado la violencia criminal, como son los casos de Acapulco, Iguala, Pungarabato y Tlapa, aunque circunstancialmente no aparecen en este recuento semanal Chilpancingo y Chilapa, que no escapan a la temible geografía de la muerte.
Sin embargo está claro que no sólo los delincuentes son víctimas de otros delincuentes, sino que hay víctimas inocentes que pierden la vida por estar con alguien que la mafia había sentenciado, o son una estadística más de la muerte por estar en el lugar y el momento equivocados.
No hay un solo día que en Guerrero no se reporten esos casos, de asesinatos con saña, con desmembramiento de los cuerpos, con decapitaciones, porque las mafias buscan infundir el mayor temor y pavor posible a los enemigos, para tratar de alejarlos de las acciones en las que compiten, sean por la compra de la droga que se produce en la mayor parte de las regiones del estado, especialmente en las zonas montañosas, por el trasiego o por la venta de esas sustancias, que les dejan ganancias muy elevadas, porque su demanda es alta en el vecino país del norte, la principal nación consumidora de drogas en el mundo.
La violencia y la muerte brutal se han convertido en una constante en los medios de comunicación del estado, que, además, exageran y exhiben tan macabra situación, porque el morbo de la gente los lleva a buscar los mayores detalles de tan frecuentes casos de violencia, que en parte los sorprende y espanta, pero que les resulta muy atractivo, por una reacción de sadismo-masoquismo, que se advierte en la venta de mayor número de ejemplares en tanto la edición chorree la mayor cantidad de sangre y de escenas escabrosas y de terror.
Las autoridades estatales y federales tratan de contener la brutalidad de la delincuencia, de vigilar las zonas más peligrosas, de proteger a la población contra las extorsiones y robos descarados de que los hacen víctimas los grupos violentos, en las zonas más alejadas y desprotegidas del territorio estatal, como ocurre en algunas partes de la Tierra Caliente, que se convierten en tierra de nadie, como ocurre en San Miguel Totolapan, donde la presencia de Los Tequileros mantiene el terror y la amenaza permanente contra los habitantes, sin que la policía y hasta el Ejército hayan podido erradicar o controlar esa situación.
Ésta desbordada violencia tiene su origen en la brutal decisión del presidente panista Felipe Calderón de declarar la guerra al narcotráfico, sin tener una estrategia precisa ni bien orientada, para lo que obligó la participación directa del Ejército mexicano, sin contar con el marco legal necesario, lo que poco a poco se degradó hasta llegar a la situación actual, donde la violencia surge principalmente de la confrontación entre los grupos de la delincuencia organizada.
LA FE RELIGIOSA EL ÚNICO CAMINO DE AUTOPROTECCIÓN DE LA GENTE.— Ante los escasos resultados de la lucha del gobierno, a través de sus distintas dependencias e instancias legales y policiacas y hasta militares, contra la delincuencia organizada, la población mexicana no encuentra mejor refugio que su adherencia y confirmación de su fe religiosa, que en esta Semana Santa puede exteriorizar con más frecuencia y mayor atención por parte de la jerarquía clerical, además de la asistencia a los actos litúrgicos y religiosos.
Los obispos y arzobispos de la estructura de la religión católica, la de mayor presencia entre el pueblo de México y en especial de Guerrero, tratan de estar presentes en la mala situación que viven sus feligreses y de ayudarlos a enfrentar el temor y la angustia que les generan los muchos hechos de violencia y brutalidad que permanentemente dejan los delincuentes que, además, operan con una alta dosis de impunidad, porque resulta extraordinariamente raro que las autoridades encargadas de perseguir los delitos, como la Fiscalía General del Estado (FGE) presente a los responsables de algunos casos de ejecuciones, de los tantos que se ven diariamente.
No se sabe nada, por ejemplo, de quienes asesinaron a Ranferi Hernández Acevedo y su familia, y como esos tantos otros casos, que finalmente caen en el olvido, porque simplemente no hay quien los resuelva ni los atienda.
La jerarquía religiosa, obispos y arzobispos, hacen intentos también por reducir la violencia, pero sólo tiene la posibilidad de invitar a los delincuentes a abandonar esa mala forma de vida y de respetar la vida de los demás, lo que obviamente no tiene una respuesta positiva o que muestre efectos como la disminución de los hechos delictivos, porque si la aplicación de la ley no tiene mayores resultados positivos, mucho menos se alcanzan con las plegarias y los llamados a dejar de hacer el mal y amar a sus semejantes.
Realmente se advierte extremadamente complicado que se encuentren y apliquen los mecanismos que permitan bajar o hasta erradicar la violencia que ahora se padece en todo el país, pero que en Guerrero ha generado un ambiente de inseguridad, de angustia, de incertidumbre, porque aquí y ahora sí que se cumple con la previsión aquella de que hoy salgo de mi casa, pero de ninguna manera tengo la seguridad de que podré regresar.
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