* Tres nuevos museos en Guerrero

Isaías Alanís

La tarde se mece en un ojo de olas quemadas. Es un sábado 27 de enero. Arriba un albatros languidece como queriendo escalar el universo. En La Quebrada las olas de un azul intenso gorjean al chocar contra el acantilado de granito. Veo mi reloj. Son las seis en punto. Como es imposible estacionar mi vehículo prefiero abordar un taxi. Voy a la inauguración de tres museos. La invitación electrónica señala la hora con un reloj de sol envuelto en un halo de tinta.
En taxista refunfuña por la violencia y la baja en el turismo. “Acapulco está vacío y no sacó ni para pagar la cuenta”, dice.
Le desembolso la cantidad que me cobró. Antes de subir al vehículo no le pregunté el costo, se me hizo una descortesía y justo me dejó en la puerta principal del Fuerte de San Diego. A un guardia de turismo le pregunté donde se iba a celebrar el evento. Me dio las señas y llegué a una explanada abarrotada de gente. Muchos amigos, conocidos y desconocidos. Bajo una velaría se montó el escenario. Después de saludar aquí y allá me instalé en un rincón del escenario. Un jaguar sobre dos zancos hace muecas en los pasillos. Tengo calor y a mi izquierda una mancha de lanchas oscila en la bruma de la tarde. Me acercó a donde se va llevar a cabo la ceremonia y veo a Julieta Fernández, cubierta por un halo de una idéntica blancura casi intacta. Es una esfinge solitaria en medio de la nada. Solo ella y la mampara con la leyenda del Museo de las Siete Regiones, aunque sean ocho. Sentada de lado, cruza la pierna con la misma idéntica postura de una esfinge tropical hermética y sola. Saludo al pintor Leonel Maciel y me pierdo entre la gente. Tengo sed y me dirijo a donde un mundo de meseros se miran de soslayo. Al que está detrás de la mesa le pido un refresco. Ya se acabó el agua –me dice uno de ellos medio bronco— los refrescos son para cuando inicie el evento”. Resignado y con la garganta seca, saludo a más gente, hago unas tomas y me acomodo a un costado de mi sombra a esperar. Una voz invita a los artistas plásticos a ocupar su lugar en la mesa principal. Uno a uno se sientan: Casiano García, Rafael Charco, Leonel Maciel, Irma Palacios y su esposo Castro Leñero; Fombona, el escultor Maldonado, el gran grabador Alejandro Aranda, Flor Garduño y otros que olvido.
La sed no para y resignado trago saliva. La tarde más se oscurece y el camino del mar que serpea. Arriba solo una hoja de almendro vuela desorientada. Abajo el barullo, los apretones de manos. Me saluda el alcalde de Acapulco que me llamo “muchacho” y sólo escucho un coro de grillos que le cantan a la luna.
Imaginé: el gobernador Héctor Astudillo viene en camino, por eso la tardanza. pero ninguna voz que dijera nada. Solo el murmullo, las citas para el otro día, el empleado de turismo que recibe a una mujer con una nalgada en sus abultadas glúteos y el calorcito que me pide a cien por hora una Negra Modelo.
Finalmente, después de escuchar los sonidos del silencio, llegó Héctor Astudillo y su esposa Mercedes Calvo, ella con un nieto en brazos, sonriente, y Héctor visiblemente cansado. El gobernador inteligentemente pide disculpas por la tardanza debido al tráfico extremo de un sábado por la tarde noche.
Viene las palabras precisas de Mauricio Leyva Castrejón, secretario de Cultura, sintetiza el gran logro del gobierno federal y estatal con la construcción del Museo de las Siete Regiones, el Naval y la remodelación y ampliación del Museo de la Máscara.
En un estado carente de infraestructura cultural, con estos tres museos, el gobierno de Guerrero se voló la barda. Siguieron otros oradores y el secretario de Turismo que habló de un corredor cultural. Al final el Ejecutivo estatal felicitó a los artistas que colaboraron con su obra para la primera exposición titulada Trazos del sur y otra voz, o la misma, invitó a los asistentes a la inauguración de la muestra de los artistas de Guerrero y de los museos.
Con ganas de tomar agua, me dije, bueno, sigo al río humano y una vez terminado el corte de listón, aplaco la sed con un vaso de agua y de paso hago otras tomas.
Una mano me impidió el paso. Y me dijo: “no puedes pasar no estás invitado”. Pude comprobar que soy periodista, pero la neta me dio weva de la buena. Incluso alcancé a escuchar como intentaron negarle la entrada a Leonel y a su amiga.
Me regresé a contracorriente humana y encaminé mis pasos al zócalo de Acapulco. Me metí al Oxxo a comprar una botella de agua y otra vez, tres chavalas de secundaria, una de ellas con una chela en mano, entraron al establecimiento en el que un hombre discapacitado, abre y cierra la puerta; la líder dijo: “ya saben que somos borrachas mana, no guardes la chela”. Hicieron la “vaquita” y pidieron una botella de güisqui que está de oferta con soda y hielo. Pagaron y salieron con su tesoro, tan campantes como entraron. Pensando en los chavalos del “Pasaporte” de Chilpancingo, salí del Oxxo.
Y lo que vi fue atroz: basura en las jardineras, tenderetes con baratijas. El zócalo de la “Perla del Pacífico” inundado de garnachas y olores fétidos. Crucé el área apestosa y pese a sentir pavor de caminar solo con mi Nikon al hombro y dos lentes, me armé de valor y descubrí con asombro que las calles del primer cuadro son un basurero. Perros astrosos, ratas, gatos famélicos, hombres y mujeres que liban “activo”. Y casas viejas, hermosas que podrían convertirse en un espacio alternativo para el turismo que ya está hasta el gorro de solo playa y chupe.
Solo, sin la tarde, la esfinge y el albatros, me dije pese a todo: que chingón, tres museos de chingadazo. Eso habla bien de Guerrero.