Alejandro Mendoza

En la actualidad la mayoría de la gente quiere las cosas rápido. No es para menos que se piense así en un mundo en donde lo instantáneo está de moda. Sin embargo, es muy cierto que se debe aprender que hay un tiempo para todo, en las cosas que realmente valen la pena.
Es pertinente exponer lo que el Rey Salomón planteó sobre este tema. Entre otras cosas dijo que todo tiene su momento oportuno; que hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo. Un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir; un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto.
Un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse; un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir; un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar; un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser; un tiempo para callar, y un tiempo para hablar; un tiempo para amar, y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.
El valor del tiempo es algo que la mayoría de las personas realmente no valoran. Es más, se la pasan desperdiciando la mayor parte de su tiempo en actividades que no le dejarán nada productivo en lo personal ni a los demás.
El filósofo Frederic Solergibet en su exposición sobre El Valor del Tiempo hace la reflexión de la importancia de conocer esto, puesto que el tiempo es vida. En tal sentido no se debe malgastar el tiempo en cosas que no sean de beneficio para uno mismo, para nuestra familia, para la sociedad o para la humanidad en general.
Se debe apreciar en nuestra vida el tiempo, por su importancia y porque su incorrecta gestión, puede influir negativamente en la toma de decisiones, en el trabajo realizado, en abordar nuevas o viejas relaciones y, en definitiva, en la marcha de nuestra vida.
Desde luego que el tiempo es inflexible, pasa y no se detiene, aunque a veces tengamos la sensación de todo lo contrario. Es, en apariencia, una variable que no podemos modificar. No podemos, alargarlo, estirarlo, comprarlo o detenerlo. Sin embargo, podemos llegar a controlarlo.
Es casi seguro que cualquiera conozca a personas excesivamente atareadas, cargadas de trabajo que exclaman una y otra vez “no tengo tiempo”, “me faltan horas” y expresiones parecidas. ¿Es el tiempo el que nos controla o podemos controlarlo nosotros a él? Esa es la cuestión que cualquier persona debería plantearse.
En la vida diaria las actividades deben ordenarse de acuerdo a su nivel de importancia, en primer lugar, se debe realizar lo importante, en segundo lugar lo urgente. Si actuamos en el orden inverso nunca lo urgente nos permitirá realizar lo importante, y así aquello que valoramos será postergado y posiblemente nunca se realizará.
La esencia de la administración del tiempo no está en vigilar nuestro reloj constantemente, en mantener horarios rígidos, o en completar cualquier tarea en el menor tiempo posible. Lo verdaderamente importante es asegurarnos que nuestras actividades diarias, nuestras acciones y metas a corto plazo están fundamentadas en los valores, sueños y metas a largo plazo que queremos que guíen nuestras vidas.
Albert Einstein argumentó que el tiempo es una secuencia de eventos en la cual estos eventos, estos acontecimientos, ocurren uno tras otro, del pasado al presente, al futuro. Esta es una de las definiciones más completas y prácticas, puesto que identifica el elemento o la unidad básica del tiempo: los eventos. Así que la clave para administrar el tiempo con éxito no es administrar horas, minutos o segundos, sino administrarnos nosotros mismos y administrar nuestras acciones.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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