* La “cuelga” de San Antonio, la víspera

* Tlacololeros y tigres danzan por calles

* Oxígeno puro, ante clima de zozobra

 

Jorge VALDEZ REYCEN

 

Para muchos, se trata de rituales ancestrales llenos de misticismo. Para otros, danzas autóctonas y costumbres de pueblos que no sirven para nada.

Lo cierto es que en Chilpancingo este tipo de expresiones culturales no han caído en el abandono, ni sufrido la erosión de una transculturización, como los corridos de narcotraficantes, bandas norteñas y las modas anglo-sajonas.

La víspera de la fiesta al Santo Patrono San Antonio de Padua, los moradores del Barrio que lleva su nombre reciben a los mayordomos de los otros cuatro barrios históricos de la capital y ese encuentro es con danzas de tlacololeros, tigres, los 12 pares de Francia, entre otras expresiones milenarias de cultura.

No importa el clima de violencia, zozobra y temor que se haya provocado por crímenes recientes, puesto que se trata de una bocanada de oxígeno puro a una sociedad dolida, ofendida y que reacciona así frente a sus problemas.

Los sociólogos pueden interpretar este tipo de conductas sociales cuando se viven días de incertidumbre. También los psicólogos podrán tener una lectura del comportamiento de la gente cuando tiene miedo de salir a las calles y mostrar sus creencias religiosas.

Pues sí, creo que habrá coincidencias claras y obvias de que los chilpancingueños tienen su peculiar forma de expresar su descontento, en medio de festividades ruidosas con cohetones y chirrionazos.

La “cuelga” a San Antonio es la reunión de los cinco barrios históricos en el atrio de la Parroquia de Santa María de la Asunción, la víspera de su día. Todos parten desde sus iglesias en San Francisco, San Mateo, Santa Cruz y Tequicorral en procesión alegre, festiva, ruidosa. Se suman familias al recorrido al zócalo. Tlacololeros y Tigres van al frente y es otra fiesta, sí, a pesar de los miedos.

La paz social que hace más de tres lustros se respiraba, se sentía en cada barrio, es ahora un dejo nostálgico en el recuerdo. Las costumbres chilpancingueñas se resisten a claudicar y están presentes en cada esquina.

Durante una hora, sentado frente a la torre norte de La Asunción, los chicotazos y danzas se mezclan en arrullo de tambores y flautas. Brincotean Diablos, monstruos, tigresas, que espantan a jovencitas y asustan a niños y niñas. Parafernalia con olor a cempasúchitl y costales de maíz llenos de sudor. Máscaras de animales y hombres con látigos que se autoflagelan, con gritos y gimoteos guturales.

Niños disfrazados que aprenden de sus padres la herencia generacional de sus rituales pagano-religiosos. No importa que se asfixien ni se deshidraten. Lo válido es salir a las calles y danzar con frenesí, con gusto.

Tlacololeros que se “refrescan” con tragos de mezcal. Su indumentaria es pesada y tienen el brazo derecho más desarrollado que el izquierdo, por el uso del látigo. Todos usan máscaras, es el atuendo. Es la labor anónima del mensaje fuerte y claro: QUEREMOS PAZ, NO MAS VIOLENCIA.

La cultura guerrerense, sus costumbres autóctonas, se adhieren a la piel, como los costales de maíz a los torsos morenos curtidos por el sol.

La “cuelga” de San Antonio de Padua fue el mensaje desde la creencia religiosa de sus protagonistas de que se aspira a volver a encontrar días de tranquilidad, sin violencia ni muertes. Es la festividad de la vida, del encuentro entre vecinos de barrios y su respeto a los demás.

Por 60 minutos, más o menos, los sentidos de la vista, oído y olfato se regocijaron. La capacidad de asombro jamás debe abandonar a un reportero.

Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.