Isidro Bautista

 

Enrique Peña Nieto desperdició la gran oportunidad que tuvo ayer para al menos, al menos, dar atolito con el dedo, por el gasolinazo que comienza a poner en jaque al país.

Se vio a un presidente soberbio, sin la sensibilidad social mínima que debe tener hoy todo gobernante: hasta el último momento de su intervención, ante las cámaras y micrófonos de los medios, dejó el asunto del aumento del precio del combustible.

Aparentemente le dio mayor importancia a los cambios de su gabinete, y obligado por las circunstancias, tuvo que hablar de la gasolina, a sabiendas de que todos los espectadores lo esperaban por ese tema.

Definitivamente, no convenció. No quiso o no pudo hacerlo, aunque reconoció que dicho incremento ahora tiene molesta o enojada a la sociedad entera.

Se limitó a decir que de no haberlo autorizado, sería lo peor.

Por vacaciones o el motivo que sea, los espectadores querían una mejor explicación del motivo que lo orilló a elevar el precio, y de paso, cómo se reflejaría lo peor.

Se le hizo fácil decir simplemente que fue una medida dolorosa pero necesaria; de no adoptarla —repitió— nos iría peor.

En efecto, aunque lo hubiera explicado de mil maneras, la gente difícilmente lo comprendería. No hay peor golpe para ésta que rasgarle el bolsillo. Y eso que las consecuencias del alza de ese precio aún no saltan a la vista. Apenas van cuatro días de aplicarlo, y el país comienza a verse en disturbios.

Se sentirán más con el regreso a clases.

Este asunto debe ser considerado como algo parecido al problema de Ayotzinapa suscitado en Iguala hace más de dos años. Ni Peña Nieto, y menos el entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero, se imaginaron la dimensión que traería consigo la desaparición de los normalistas.

Peña Nieto tardó unos días en dar la cara, y Aguirre no se veía en la banca.

En Guerrero, atención especial. Hay gente que, desde la clandestinidad, nada más está al acecho hasta del mínimo tropiezo del gobierno para abanderarlo como causa de una “lucha social” que por años ha deseado para derrocarlo y entrar en su sustitución a su propia manera.

Está a la caza de cualquier cosa para hacer caótico el estado, y eso se tiene que prever.

Y es que el gasolinazo golpeará a todos, tarde o temprano. Si Guerrero de por sí está mal históricamente, pues podría estar peor. Obviamente repercutirá en la ejecución de obras y acciones de gobierno. Si antes una la realizarían con un millón de pesos, ahora tendrá un disparo el precio.

Seguramente nadie ha de querer estar en los zapatos del gobernador Héctor Astudillo. Le suman el gasolinazo a la ola de inseguridad que sortea todos los días y a la falta de recursos, que tiene casi estrangulado a su administración, por los malos gobernantes que le antecedieron en el cargo.

¿Hará también cambios en su gabinete? Peña Nieto habló ayer de grandes retos y desafíos, o escenarios muy complejos, para 2017.

El titular del Ejecutivo guerrerense, ante esas circunstancias, debe estar rodeado de más lealtades. Al presidente se lo acaban por jugar al golf en Mazatlán.

A Astudillo le tocó bailar con la más fea, por problemas que él no generó, como la inseguridad, el quebranto financiero de casi 20 mil millones de pesos y ahora el gasolinazo. isidro_bautista@hotmail.com