Por Felipe Victoria Zepeda

 

Sin mordaza y en claro

 

En realidad poco tiempo me queda para departir socialmente con camaradas del gremio, todos andamos de arriba para abajo persiguiendo la nota, informaciones o investigando algo.

Lamentablemente encerrarse a preparar algún nuevo libro nos hace privarnos de momentos agradables con gente del mismo medio, no digo “del gremio”, porque para algunos bastantitos los llamados “free lance”, que carecemos de contrato laboral por escrito con alguna empresa editorial, no somos considerados como “periodistas” igual que ellos.

Ni caso tiene meterse en alegatos que no llevan a ninguna parte, mi respeto para todos ellos en espera de reciprocidad por lo menos, cada quien su rollo pues.

De todos modos andamos tras la chuleta y la Divina Providencia no es muy generosa que digamos, más bien pone en el camino ángeles benefactores personalizados en conocidos o amigos solidarios y comprensivos que dan apoyo cuando se está necesitando salir de apuros, o resistir a que algunas situaciones se normalicen, la temporada de vacas flacas para los del oficio de la comunicación ya se extendió mucho tiempo.

Existen sin embargo algunos que no dan brinco sin huarache y prefieren que nadie les deba favores o atenciones, “chivo brincado chivo pagado” y quedan a mano, ni deben ni les deben.

Pero no todos nacimos con esa facilidad o sentido práctico tal vez, de no obsequiar ningún esfuerzo ni el tiempo; malo tal vez que nos inculcaran dese la niñez el no andar exigiendo ni pidiendo, aunque nos pudiera corresponder a cambio de lo que hacemos bien o mal, sobran los que les encanta hacerse servir y una vez atendidos se hacen disimulados los muy cara dura.

Es tan raro encontrar gente agradecida que mejor ni andar esperando milagros. Hay quienes de pronto se salen de nuestras vidas, además del entorno social y ni adiós dijeron “como las chachas”; a otros tal vez sus desayudantes les “picaron los ojos” en nuestro perjuicio personal y por eso impedían cualquier acercamiento, pues se quedaban con los recados o los mochaban considerablemente.

Cuestiones así nos hacen tener que reflexionar a no seguir tropezando con ese tipo de piedras, cada que se acerca el final de  año es tiempo de comenzar a elaborar la lista de buenos propósitos para el nuevo que ya viene, si Dios nos presta vida.

A partir del 2016 las reglas del juego en este país víctima de las obsesiones políticas reformadoras y transformadoras, sin objetivos claros más que darse a significar por hacer cosas, aunque no resulten benéficas para la sociedad en general, nos impone el adecuar y modificar estrategias personales e intentar volvernos más prácticos y menos románticos idealistas.

Si en nuestro entorno nadie da nada por nada, ¿por qué seguir siendo de alguna manera generosos o desinteresados en nuestro perjuicio?

No son pocas las desavenencias familiares de quienes nos reclaman ser vanidosamente tontos, por el orgullito de que el nombre aparezca en medios y esto significa a nuestros seres queridos riesgos sin ningún beneficio en contrapartida, bien alegan que así no vale la pena lo que se hace.

Duele mucho tener que acabar reconociéndolo y peor cuando crudamente nos ponen a hacer las cuentas, resultando que salimos poniendo para estar en la jugada en que los de afuera se imaginan que nos va rete bien.

Me atrevo a darles un ejemplo muy simple:

La gente cuando mira un libro de cualquiera en los estantes, cree a pie juntillas que los doscientos y tantos pesos que cuesta son del y para el autor; nada más alejado de la triste realidad, pues apenitas se pactan regalías del 7 por ciento del precio en que los editores los dejan a consignación a los libreros al menudo, que los van pagando a 30, 60 y 90 días después de que los vendieron, y el editor nos abona parcialmente lo adeudado en cortes semestrales, pero con medio año de retraso.

Aunque usted no lo crea, en este México de pocos lectores-compradores existe el pirataje de obras y jamás se nos rinden cuentas claras ni veraces de los volúmenes impresos.

Muy decepcionante es que alguna novelita que pegó y esté de nuevo hasta en los puestecillos de periódicos en el Centro Histórico del DF, no nos esté dejando ni para pagar el pasaje para ir a investigar lo sucedido; para colmo de la que la vida no le dio tiempo al editor de abonarnos nada.

Con razón la familia más cercana reniega de nuestra pasión por escribir y publicar libritos, pero necios que somos lo hemos de seguir haciendo, aunque los Mecenas hayan dejado de existir hace mucho y los apoyos gubernamentables para la cultura, se aplican en paseos, no en todos quienes de veras producen.

-¡Tilín, tilín!- Suena la campanita escolar.

-Maestra Pizarrina, esa tarea especial para las vacaciones se la vamos a tener que abortar

-Ustedes obedezcan chamacos, no sabemos si entre ustedes hay otro Juan Ruiz de Alarcón o un Ignacio Manuel Altamirano.

-Ujule  teacher, ni la menor idea, ¿eran guerrilleros de Tixtla y Ayotzinapa o qué onda?

-¡Shhh… cábrense cayones; ahora para que se les quite, el cuento corto que les dejo de tarea no será de seis cuartillas, sino de diez. Y prohibido copiar.