Isidro Bautista

Ha de parecer para unos un día el primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y para otros, justamente su primer año.

Es seguro que para los otros todavía permea más el encanto por la ola fenomenal de casi veinte años al hilo, después —y con toda razón— de puro gobierno corrupto, saqueador, mentiroso y opresor, tanto del PRI como del PAN.

Es como los novios —claro, antes de casarse—, que todo lo ven color de rosa.

La esperanza puesta por la mayoría de quienes votaron en las urnas de 2018 sigue viva con El Peje. El PRI tuvo sexenios, sexenios y sexenios, y el PAN, dos continuos, y ambos decepcionaron hasta el hartazgo.

López Obrador ganó la elección por la percepción de ser honesto. El mismo ahora confiesa que prefiere rodearse en su gabinete de colaboradores honestos, aunque no tengan experiencia. Muchos le dirían: ajá, como usted.

El señor presidente de la República es como un equipo de futbol: a millones no se les quita la afición por el América, aunque para otros éste sea un fiasco con la pelota. También podría comparársele con el alcohol o como la droga: hay quien nunca la deja como adicción, aunque lo esté matando, pues se siente siempre feliz, feliz, feliz.

Unos creen que no cumplió un año de gobierno sino que apenas lleva un día de gestión porque, de plano, no hay resultados, sobre todo en materia de seguridad. El número de muertos no ha sido frenado, sino —y es cosa fácil de voltear a ver las estadísticas— ha empeorado.

Y la prueba está en los casos Le Barón y Culiacán, con los cuales fue desplomada la calificación aprobatoria de AMLO.

Los unos no creen o ya no creen en la frase de campañas y precampañas de la mafia del poder porque no ven a ningún corrupto en prisión, sino, por el contrario, observan al Presidente del brazo con los hombres más ricos del país, como en luna de miel. Hasta de réferi la habrá hecho en el pleito de Azcárraga y los Alemán. ¿Habrase visto semejante cosa: un izquierdista metido entre las patas de capitalistas?

Rosario Robles está en la sombra por venganza, no tanto por una lucha anticorrupción, porque ¿cuántos corruptos siguen en la calle, que se dan el lujo de entrar y salir hasta del Palacio Nacional como si anduvieran en su casa, abrazándose con su principal inquilino?

Para este gobierno, los capos del narco o delincuencia organizada están como de plácemes, con puros abrazos. A El Chapito lo quieren en la calle. Con lo de El Marro, atole con el dedo. Y otros pillos, según con orden de aprehensión, están pegados a la tele.

¿Qué será peor: conformarse con un médico sin experiencia pero que es honesto, o buscar hasta el cansancio uno que sí la tenga y que a la vez sea honesto? ¿Un presidente que aunque no sea honesto pero que combata la inseguridad, o que no sepa cómo combatirla por ser honesto?

Y se atrevió a decir que pondría en exhibición la lista de los gobernadores que, a su juicio, se hacen de la vista gorda ante la delincuencia, como aquél que no ve en el suyo sino la paja en el ojo ajeno, y en la que, por cierto, el de Guerrero apareció airoso.

Total, cada quien… según como le vaya en la feria o según el cristal con el que vean; unos, aunque lagañosos, pero alcanzan a ver, y los otros, con velo… para cubrirse la miopía.

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