Isidro Bautista
La Semana Santa es, dentro de la religión católica, uno de los periodos más trascendentes, toda vez que representa la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Arrancó el Domingo de Ramos y terminará el domingo próximo , conocido como de Pascua, o Domingo de Resurrección, que es el paso de la muerte a la vida.
Estas celebraciones de la grey católica han servido también de pretexto para que, por ejemplo, en el calendario escolar se concedan vacaciones.
El hecho real es que esta semana es esperada con gran beneplácito por el magisterio y estudiantes de todos los niveles educativos para tomarse unos días de descanso, que esta temporada de calor incita a disfrutarlas preferentemente en las playas.
Es así que los balnearios más atractivos del país se convierten en el edén de quienes viven en las ciudades y zonas que carecen de playas.
Todo aquel que pudo ahorrar dinero rompe la alcancía o empeña todo lo que esté a su alcance para disfrutar estos días de asueto, y los que no, pues también. Lo primero, lo principal, lo importante, en estos días, es la diversión. Después Dios ya dirá.
Acapulco, por cierto, estrena nuevos atractivos para los turistas y los amantes de las cálidas aguas de la bahía: la recién rehabilitada playa Manzanillo y el Paseo del Pescador, que eran unos auténticos muladares y fueron transformados en uno de los sitios más espectaculares de la llamada Perla del Pacífico, bajo las gestiones del gobernador Héctor Astudillo Flores.
Todo está bien. Qué bueno que los feligreses católicos celebran estas festividades religiosas, qué bueno que maestros y estudiantes disfruten de unas alegres vacaciones, y qué bueno que Acapulco y los centros turísticos de Guerrero se atiborren de vacacionistas, pero que mal que a veces nos olvidemos de la terrible realidad que nos ha tocado vivir en estos doce últimos años de inseguridad y violencia.
Es responsabilidad de todos, no sólo del gobierno, o del Estado mexicano en lo general, contribuir con un grano de arena para reducir los índices delictivos.
Sí, el gobierno a través de las instituciones que ha creado para garantizar la seguridad de todos los habitantes, es el primer obligado a asumir la responsabilidad, pero también la sociedad, y las instituciones que hemos creado, como las iglesias, tienen que hacer su parte.
Las iglesias, particularmente la católica, por ser la mayoritaria en este país , deben desempeñar un papel más activo, más intenso, en el esfuerzo colectivo por consolidar la paz y la tranquilidad sociales, y más en esta Semana Santa, por la altísima concurrencia que registra.
Se hace alusión Cristo, su vida, su pasión y muerte, pero se debe llamar a la feligresía a la unidad familiar, a fomentar los valores y principios, a regresar a aquellos hijos que caen en la tentación del dinero fácil o en la delincuencia organizada al camino de Dios.
Algunos ministros católicos de Guerrero han llegado a pedir tregua a las bandas delictivas por una temporada como la de esta semana, cuando deberían pronunciarse por qué fuera definitiva, no que dejen de matarse o a matar hasta gente inocente sólo por unos días, cuando uno de los mandamientos de su religión dice que no matarás, al menos que agregue que excepto en ciertos días.
Debiera haber un más intenso activismo para rescatar de las garras de la delincuencia a decenas o cientos o miles de feligreses que han caído en conductas contrarias a la ley, la sana convivencia social y los principios religiosos, e invocar la máxima de que todos se vean como hermanos e hijos todos de Dios.
Ese sería un estupendo trabajo de todas las creencias religiosas, en lugar de fungir como árbitro o mediador entre los cárteles del crimen organizado, que a ciencia cierta no se sabe si es un papel al que estén obligados divinamente a cumplir.
Lo mismo podría decirse de los maestros que no han tenido la eficacia para, a través de la formación educativa y de los valores cívicos, convencer a sus alumnos de no desorientarse y evitar caer en conductas que son francamente delictivas y los convierten en criminales. Ojalá les naciera siquiera poquita vocación al grueso de los trabajadores de la educación, porque obvio también resultan afectados por este clima de violencia.
Una reciente encuesta aplicada en un estado del norte del país a cientos de niños de primaria y secundaria arrojó este terrible resultado: a la pregunta de qué deseaban ser cuando fuesen mayores, un altísimo porcentaje respondió que su anhelo es ser sicario. Espeluznante.
También los padres de familia tenemos una alta carga de responsabilidad y culpa de cómo hemos llegado a esta situación. Muchísimos tienen puestos los ojos más en el celular que en sus hijos.
Si bien esta semana es de devoción religiosa y pretexto para la diversión y hasta el destrampe, también lo es para que pensemos qué hemos hecho, en qué hemos fallado como sociedad para tener que vivir con los altos niveles de violencia que cotidianamente observamos y sufrimos, y con sentido autocrítico reemprender renovados y más intensos esfuerzos para formar nuevas generaciones con otra mentalidad, con la idea y el espíritu de buscar soluciones o para que todos vivamos con más tranquilidad y más armonía familiar y social. Que seamos felices, pues.
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