Javier Cadena

En marzo de 2004, el actualmente polémico ingeniero Enrique Krauze recordó que cuando Octavio Paz supo del asesinato de Luis Donaldo Colosio, le dijo: “Es Shakespeare puro”, y como hombre de pensamientos y de letras, el Premio Nobel de Literatura plasmó su visión de este, a todas luces condenable suceso, en un texto importante, escrito al día siguiente del magnicidio de Lomas Taurinas.
El texto, titulado “El plato de sangre”, apareció en el número 209 de la revista “Vuelta”, correspondiente al mes de abril de 1994, lleva como epígrafe las siguientes líneas llenas de sentido: “Todos los días nos sirven / el mismo plato de sangre. / En una esquina cualquiera / -justo, omnisciente y armado- / aguarda el dogmático, sin cara, sin nombre”.
“El plato de sangre” es un artículo cuya lectura hoy en día, a 25 años del magnicidio, se vuelve necesaria e imprescindible, y en él su autor califica de “execrable asesinato” la muerte del entonces candidato del PRI a la presidencia del país, y cree que este hecho, en ese momento, constituía “el último de una sucesión de actos de violencia que han enturbiado el proceso electoral y comprometido la paz de la nación”.
Y punto y seguido, Paz escribió: “Lo que debería ser una contienda política amenaza con transformarse en un periodo de turbulencias intestinas, como las que desgastaron a nuestra patria en el siglo XIX y en los años de la revolución mexicana”.
Y a continuación se pregunta si “¿se ha abierto de nuevo el ciclo fatal que durante más de un siglo nos llevó de la dictadura a la anarquía y de la anarquía a la dictadura?”
Y antes de responderse, Paz juega con el supuesto de que la respuesta sea positiva, y apunta: “Si fuese así, México estaría perdido”, y de inmediato apunta su visión: “No lo creo”.
De este “no lo creo” al día de hoy ha pasado un cuarto de siglo durante el cual en el país ha sucedido de todo, y uno de esos sucesos es la manifestación de ciertos ejercicios democráticos que, por ejemplo, permitieron que seis años después del asesinato de Colosio, el hasta entonces considerado invencible Partido Revolucionario Institucional fuese derrotado en las urnas por un partido político que resultó ser un chasco en el ejercicio del poder, lo que trajo como resultado que en dos sexenios el PRI volviera a habitar Los Pinos, privilegio que sólo le duró seis años, ya que en 2018 volvió a perder en las urnas, ahora a manos de un partido relativamente joven y de un candidato que obtuvo una cifra récord de votos.
Octavio Paz, hay que reconocerlo, apostaba por la democracia y en ese mismo texto escribió: “La democracia, no me he cansado de decirlo, es sobre todo una cultura, es decir, es un aprendizaje”, y aunque reconoce que la historia de la humanidad ha mostrado que este aprendizaje es lento, abunda: “La democracia comienza con elecciones libres, limpias y pacíficas. Así, lo más urgente es impedir que la violencia se extienda”.
Además de manifestar esta urgencia, en las dos últimas líneas del artículo “El plato de sangre”, Paz definió a qué tipo de violencia se refería: “Para cerrar las puertas a la violencia física, hay que comenzar por cerrarlas a la violencia verbal e ideológica”.
Y esta invitación de Octavio Paz a cerrar puertas a las violencias, a cinco quinquenios de haberla manifestado lamentablemente no ha perdido vigencia toda vez de que un día sí y otro también se dan muestras verbales, ideológicas y, lo más grave, físicas de su presencia en el territorio nacional, por lo que se hace urgente volverla a manifestar.
Pero no sólo hay que expresarla, sino que habrá que cumplirla.
¿Se podrá?, o será mejor preguntar si se querrá.
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