Alejandro Mendoza

Hay gente que se jacta de muchas cosas. Habla y habla y siempre de su persona y de los logros que ha tenido. Dice muchas cosas negativas de los demás y se la pasa criticando y difamando a todas las personas en su entorno. Para ese tipo de personas todos están mal, menos ellas.
En el modelo impuesto por la sociedad el éxito va ligado a acabar con el adversario, con la competencia, con todo aquel que represente una amenaza a sus propósitos y objetivos. Y la boca es una de sus principales armas para liquidar o dejar fuera de lugar a quienes son vistos como una amenaza.
Muy pocas personas tienen conciencia del poder que tienen en su boca. La mayoría se la pasa maldiciendo, criticando, murmurando, cuestionando, quejándose y hasta hundida en la depresión, la negatividad y el pesimismo.
La verdad que hay quienes pretenden hacerse pasar por lo que no son, tratándose de verse superiores o por encima de los demás, sin darse cuenta que con ello únicamente acumulan una serie de terribles consecuencias que al último se convierten en su propia condenación.
Es cierto que toda persona ofende muchas veces con palabras. Si alguien no ofende, ésta persona es capaz también de refrenar todo su cuerpo. Y esa conducta de vida trae muy buenos frutos a lo largo de su estadía en este mundo. Quien no tiene esta virtud enfrenta muchas dificultades a lo largo de su vida.
A los caballos se les pone un freno en la boca para que obedezcan y dirijan todo el cuerpo hacia dónde se quiere. También las naves, aunque son muy enormes y llevadas por vientos impetuosos, son gobernadas con un muy pequeño timón que las dirige por donde el que las gobierna quiere.
En tal sentido, la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad en la persona carente de conciencia de la importancia y gravedad de sus palabras. No le importa las consecuencias que generará por lo que sale de su boca. Piensan que nada pasará y que tienen el control de las cosas, pero no es así.
La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. En este diagnóstico la persona amenaza, agradece, insulta, daña y quita la vida a personas con sólo una orden.
Toda la naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma, y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua tan fácilmente, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
Por eso el adagio “de la abundancia del corazón, habla la boca”, encierra una gran verdad. Del corazón sale la maldad del hombre y se refleja a través de sus palabras que después se convierten en actos, es algo así como tal es su pensamiento, tal es la persona y sus palabras le preceden.
En la sociedad se ha manifestado la falta de prudencia, tolerancia, inteligencia y benignidad, a través de lo que gente habla. Con la misma boca se bendice y se maldice; se desea bien y mal; se decreta vida y muerte. Esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por la misma abertura agua dulce y amarga?
La civilidad plantea la urgente necesidad de una sociedad consciente de la importancia del mensaje en el proceso de la comunicación entre los seres humanos. Es impensable un futuro con mejores condiciones de vida, si las palabras de hoy no reflejan con claridad y sinceridad, el compromiso, la congruencia, la honestidad y la responsabilidad con ese propósito. Y está más que claro que las palabras verdaderas antecederán el porvenir de las próximas generaciones.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz.
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