Alejandro Mendoza
No se puede ir por la vida sin definiciones claras en cuanto a los principios, valores, ideología, pensamientos. En caso contrario, el destino de esa persona no augura nada bueno. En algún momento quedará extraviada y atrapada en una red de intereses completamente ajenos a ella.
La vida requiere de cuando menos el sincero principio de congruencia. El ser humano cobra relevancia cuando su pensar, su hablar y su actuar, dicen la misma cosa. En la actualidad es bastante común observar todo lo contrario.
Existe una estrategia en el que un individuo que, supuestamente, no busca con afán ser alguien, o sobresalir, o el poder, comienza a darse a conocer como alguien que busca la igualdad en todas las áreas de la vida. Según esas personas, todas las personas debieran recibir el mismo trato, sea cual fuere su posición y su fuerza.
Hay quienes ocultan maliciosa y premeditadamente sus intenciones. Intentan tratar a todos de modo equitativo, sin embargo, tratar a todos de esa manera equivale a ignorar sus diferencias, y por ende elevar al menos capaz y rebajar a quienes se destacan. En el fondo, quien actúa de esta manera camina sin definiciones claras en su vida y sólo refleja otra forma de hacer gala de las estrategias del poder, al redistribuir las recompensas a su antojo.
Lo cierto es que hay quienes consideran que cuando una persona busca alguna posición o responsabilidad de poder en el ámbito que sea, debe evitar la absoluta sinceridad, dado que el engaño y el disimulo suelen ser más redituables que la verdad y la honestidad.
Cuando se es muy franco, inevitablemente se lastima e insulta a muchas personas, algunas incluso en su momento optarán por devolver con más agresividad el insulto. Nadie verá esas afirmaciones sinceras como algo por completo objetivo y carente de motivaciones personales.
Y además estarán en lo cierto: la sinceridad, suele ser, en efecto, una estrategia que muy pocos entienden, dirigida a convencer a la gente de que se es noble, altruista y de buen corazón.
Por tal razón, en el contexto que se vive es necesario estar consciente de la gran necesidad imperante. La falta de los mínimos principios y valores universales que dan sustento a una humanidad civilizada, ha puesto en jaque a todos los sectores de la sociedad a nivel local, estatal, nacional y mundial.
Quienes afirman que no participan en tal situación adoptando un aire de ingenuidad ocultando sus verdaderas intenciones, son bastante nocivos para un mejor futuro de las generaciones próximas.
Es necesario tener cuidado con este escenario, dado que el manto de ingenuidad puede constituir una eficaz manera de fingir y engañar. Incluso la candidez genuina no se encuentra libre de esta situación. Los niños sueles ser ingenuos en muchos aspectos, pero a menudo actúan a partir de una necesidad fundamental de ejercer control sobre quienes le rodean.
El niño, por lo general, tiene una gran sensación de impotencia en el mundo de los adultos y por lo tanto utiliza todos los medios que se hallan a su disposición para imponer su voluntad. Individuos genuinamente inocentes pueden estar, sin embargo, comprometidos con el juego de poder y con frecuencia son horrendamente eficaces en él, dado que no se ven trabados por la reflexión (R. Greene, 1998).
Muchas de las veces quienes hacen gala de su inocencia, son los menos inocentes. Está claro que la falta de una sincera congruencia ha provocado serios estragos en la vida del ser humano. Las consecuencias están a la vista.
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