Nací y crecí en mi querido Chilpancingo, Guerrero, en una época donde la familia era el comienzo de todo. No había dramas porque los problemas se cortaban de raíz y tan tan, borrón y cuenta nueva.
Los niños no discutían con sus padres, los padres eran la ley. Los primos eran tus hermanos y los compañeros de escuela eran tus primos, los profesores eran modelos y NO se les faltaba al respeto.
Nos enseñaron a saludar, a despedirnos, a dar gracias, a pedir disculpas, a pedir permiso y a entender cuándo había que parar con sólo una mirada.
Salíamos a jugar con los vecinos de la cuadra que eran como nuestros hermanos, y era toda una aventura, nos subíamos a los árboles, a las bardas, azoteas, jugábamos a la comidita, hacíamos pasteles de lodo, (sí, nos ensuciábamos) mis hermanas bautizaban a las muñecas, jugábamos futbol, béisbol, al trompo, balero, canicas, andábamos en bicicleta y patines, recorríamos todo el barrio, nos bastaba un gis para improvisar juegos sobre la banqueta o incluso la calle, al llegar la noche contábamos historias de terror sentados en la esquina sin ningún peligro.
Comíamos lo que nuestras madres cocinaban y ¡PUNTO!. Comimos arroz con pollo, frijol con puerco, sopa de lentejas, pollo con papas fritas, verduras, picadillo, huevo, enchiladas, comprábamos paletas del señor que pasaba con el carrito, nieve de barril, elotes asados, cortábamos fruta de los árboles, mangos, ciruelas, etc.
Jugamos a la botella, a las escondidas, al elástico, a los encantados, brincamos la cuerda, usamos el hula-hula, podíamos caminar de arriba para abajo o nos montábamos en nuestras bicicletas (el que tuviera) patineta, patín o hasta la avalancha e íbamos a casa de un amigo vecino.
No teníamos miedo a nada y respetábamos a los mayores. Se nos enseñó el respeto por los demás y por la propiedad ajena. Si queríamos jugar con algo que no era nuestro lo pedíamos prestado, no lo tomábamos, nos enseñaron a compartir.
Como niño, no se hablaba si un adulto estaba hablando. Si alguien tenía una pelea, era una pelea a puños. Los niños no teníamos armas, excepto resorteras. En fiestas tirábamos globos de agua y hasta bolas de lodo con nuestros amigos y no había ningún problema. ¡¡¡Cómo gozábamos!!!
Cuando se hacía de noche sabíamos que era hora de entrar, con solo un chiflido de nuestro papá, o un grito de mamá. 
Nos encantó ir a la escuela porque teníamos amor, cariño y respeto por los profesores y teníamos la dicha de ver a nuestros compañeros que hoy son nuestros grandes amigos y ¡nadie le faltaba el respeto a un profesor!. Miramos a nuestro alrededor, disfrutamos de la naturaleza, de la compañía de nuestros abuelos de quienes escuchamos historias y consejos, respetábamos a los mayores porque sabíamos que si le faltábamos el respeto a algún adulto nos darían una nalgada, un pellizco o un chanclazo y al final seríamos castigados.
Cuando pasaba un avión, todos los niños salíamos a verlo y le gritábamos a todo pulmón “Adiosssss Adiosssss”. Ni se diga de bañarse en un aguacero, en los chorros, en los ríos y cascadas que se formaban, eso era diversión pura.
Nos metíamos a la casa de nuestros vecinos y la mamá nos daba comida a todos. Conocíamos a todos los de la cuadra y todos nos echaban ojo, como si fuésemos sus sobrinos, su familia.
Cómo quisiera que pudiéramos volver a esos tiempos porque estamos perdiendo a nuestros hijos en una sociedad sin respeto, sin compasión y sensibilidad por los demás.
Chilpancingo….como hemos cambiado.