Alejandro Mendoza
Cuando una persona oculta sus verdaderas pretensiones de lo que quiere, comienza a gestar el fin de todo proyecto o equipo. Y aunque momentáneamente logre su propósito, tarde o temprano caerá en su propia tumba. Hay un sin fin de casos que respalda esta verdad.
En la vida se enfrentarán circunstancias adversas con personas en la que se confió y que al final de cuentas dan la puñalada por la espalda. Lo lamentable es que existen personas que no logran sobreponerse a tal situación y comienzan a vivir frustradas o enojadas con la vida.
En este escenario los seres humanos comienzan a llenarse de amargura, odio, rencor, ira, tristeza, decepción, depresión y una larga lista de problemas emocionales, sentimentales y espirituales.
El drama de la vida ha llegado de manera inesperada a la puerta de quien se creía que tenía todo bajo control o que las cosas le estaban resultando favorablemente. El primer reto es asimilar de la mejor manera el hecho y tomar fuerzas para reponerse y entender que se trata de procesos o experiencias que pasan y que pasarán.
El problema tiene dos caras: el agraviado y el que agravia. El agraviado se sentirá traicionado, vejado, humillado. El que agravia se sentirá satisfecho con su resultado a pesar de su fechoría.
Es cierto que en el contexto globalizador que se vive en donde la sociedad ha impuesto modelos de pensamiento, conducta y comportamiento, es muy común que cada quien se rasque con sus propias uñas.
Se trata de la ley de la selva. El que abusa y engaña más, es quien puede salir adelante en un mundo ruin y embustero. En el fondo la mayoría de la gente sabe está gran verdad, pero muy pocos se atreven a ir a contracorriente. Es más fácil disfrutar prebendas, beneficios, cochupos, dádivas y una “buena vida” a costa de su propia dignidad como persona.
Decía Maquiavelo que el fin justifica los medios y muchas personas adoptan ese modelo de vida en sus quehaceres diarios. Algo como aquella expresión popular: “así soy, ¿y qué?”. Muchas personas dicen así soy feliz y no me importa lo demás, o hay quienes expresan “no te preocupes, deja que el mundo ruede”. Y así transitan a lo largo de su vida.
En lo que consideran una astucia o inteligencia, tratan de ocultar lo que verdaderamente pretenden. Su verdadera personalidad permanece oculta hasta que la luz de la verdad lo alumbra. Es inevitable que un día será expuesto o expuesta al escarnio público.
A lo largo de la historia de la humanidad ha sido así. Y hay relatos en todos los niveles de la sociedad, desde los encumbrados gobernantes hasta el más humilde de los trabajadores.
Se trata de un mal que corroe la esencia del ser humano. Está en su interior. Se anida en el corazón, en la mente, en el alma de las personas. Un individuo con tales características nunca será factor de un cambio positivo en ninguna área de su vida ni podrá ser de utilidad para mejorar el mundo.
Por eso está bien dicho lo de Mahatma Gandhi: “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”. En realidad, ahí es en donde comienza todo.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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