Héctor CONTRERAS ORGANISTA

En Chilpancingo hubo hasta fines del milenio pasado, ancianos jubilados quienes diariamente se daban cita en el centro de la ciudad, en el Jardín central llamada “Plaza Primer Congreso de Anáhuac “.
A media mañana de cualquier día se les veía charlando. Así permanecían hasta la hora de la comida en que cada cual se retiraba a casa o a las fondas de los mercados para tomar sus alimentos.
El Jardín era un lugar tranquilo y fresco; contaba con árboles añosos, algunos de los cuales de repente tumbaban sus ramas secas y hubo descalabrados. Había bancas de fierro alrededor del quiosco que se localiza en el centro del parque.
Domingos, martes y jueves por la noche, a las 7, la banda musical del gobierno ameniza durante un par de horas, y los jueves particularmente tocan danzones. La gente mayor que gusta de ese ritmo baila en parejas alrededor del quiosco. Luce alegre el nocturnal debido a que la concurrencia es nutrida. El pueblo asiste, destacando la belleza de la mujer chilpancingueña.
Enfrente del parque está la iglesia convertida en catedral dedicada a venerar la Asunción de María. A veces, cuando la banda está tocando también se oye el tan-tan de las campanas de catedral, empotradas en las torres, llamando a misa. También estalla la gritería de niños corriendo por el parque o los aplausos por las carcajadas del numeroso público que se divierte observando la actuación de un grupo de payasos que hace tiempo llegaron al lugar y que es todo un espectáculo agradable y acogedor.
Hablando de árboles que embellecen y oxigenan el parque, hay uno al que la gente bautizó como “El Árbol de los Pájaros Caídos”, haciendo uso del lenguaje en doble sentido aplicado a los ancianos jubilados que van a sentarse para refrescarse bajo su sombra, por horas y horas.
Se platica que alguien que acertó a pasar por ahí, dijo a otro con quien debió llevarse pesado: “Ponte a trabajar, flojo, deja de estar aquí esperando la llegada de la muerte”.
En efecto. Aunque duela, es la realidad. Pareciera que la mayoría de personas que ahí se daban cita hasta antes del año 2 mil, iban a engrosar la antesala de la muerte. De pronto, algunos dejaban de asistir y se corría la voz: fulano de tal, murió. Uno a uno, se acabaron, pero llegaron otros. La mayoría de ancianos que ahí conocimos, han fallecido.
Uno de ellos, Gilberto, llevaba guitarra. No sabía tocar pero la llevaba para que otros cantaran. El objetivo era convivir con alegría, todos contentos en la bohemia sin alcohol. De pronto, al de la guitarra ya no se le vio, al igual que a otros. Se fue, se fueron. Para siempre.
Ahí conocimos, escuchamos y nos platicaron sus andanzas los jubilados, agentes viajeros, militares retirados, albañiles, abogados, deportistas, médicos, periodistas, impresores, maestros, burócratas, comerciantes, todos-todos cansados y vencidos por el tiempo, la mayoría enfermos que platicaban sus odiseas y maltrato en las excursiones que hacían a los servicios médicos del gobierno.
En aquellos años de finales del Siglo XX hubo en Chilpancingo una mujer apreciada y valiosa por ser muy trabajadora y madre ejemplar, originaria de Mochitlán cuyo nombre fue Romana. La gente le decía Doña Roma o doña Romana. Alta, gruesa, pelo abundante, de carácter muy vivaracho, dinámica y quien por tal vez algunos problemas para caminar debía permanecer sentada en una silla, atrás de una tabla donde exhibía la mercancía en su tienda ubicada en la calle de Ayuntamiento, casi esquina con Zaragoza.
Vendía frijol, sal, arroz, habas, pero sin duda que su fuerte en el negocio era la venta del chile guajillo, o como la gente decía que también se llamaba y se llama: Chile seco.
Un día, uno de los jubilados de Chilpancingo a quien por apodo le decían “La Pachurra”, llegó al jardín, al centro de la ciudad y dijo: “Ya no nos vamos a llamar Los Pájaros Caídos, como la gente nos dice. Ahora vamos a ser La Sucursal de doña Romana”.
-¿Por qué?, se le preguntó.
“¿No ves que aquí hay puro chile seco?”.
Obviamente, se refería a los ancianos que habían perdido al extremo las facultades sexuales. Y desde entonces desaparecieron Los Pájaros Caídos y nacieron Los Chile Seco, en honor a la tienda de doña Romana y de la senectud de los concurrentes.