* Los demonios andan sueltos: MRM

* Peligroso repunte de la violencia

* Exgobernadores enfrentan los suyos

 

Jorge VALDEZ REYCEN

 

Mario Ruiz Massieu, siendo subprocurador de Justicia de la Procuraduría General de la República y encargado de la investigación del homicidio de su hermano José Francisco, acuñó la frase “Los demonios andan sueltos… y parece que han triunfado”.

Se refirió en esa cita a los proditorios crímenes que convulsionaron al país en 1994, con las ejecuciones de Luis Donaldo Colosio Murrieta y José Francisco Ruiz Massieu. Era su epitafio adelantado, de su final como servidor público y de su fe en la justicia en México.

Esta frase sintetizó el trance doloroso que una clase política sufrió en la credibilidad popular. La violencia marcó el parteaguas del México en los albores del Siglo XXI, donde la corrupción ha sepultado toda esperanza en el sistema político nacional.

A un cuarto de siglo de aquella tragedia, México sigue viviendo la pesadilla interminable de una violencia asociada a la disputa del poder por parte de poderosos cárteles del narcotráfico, fragmentados, atomizados en células que combaten con crueldad y salvajismo extremo “plazas” y territorios donde se cultivan los estupefacientes que van al mercado más rico y extremadamente exigente que son los Estados Unidos.

La tragedia de México es la pérdida de miles de mexicanos por la disputa del “oro verde” de la mariguana y amapola. Las drogas con sangre se comercian en la Unión Americana, donde 13 mil adictos mueren al año por sobredosis, pero aun así reclaman y exigen la pureza de los opiáceos y la cannabis, que no se logra allá, a pesar de su permisibilidad, cultivo y legalización con fines lúdicos.

En México la guerra es por controlar quién lleva más droga a los EUA. Y se matan con crueldad para controlar la producción, trasiego y ganancias multimillonarias que deja un mercado ensangrentado.

Mientras eso ocurre, en la distracción de tanto muerto, hubo exgobernadores que amasaron fortunas personales y familiares en corto tiempo. El enriquecimiento ostentoso de gobernadores en funciones creció a la par del miedo y la zozobra que dejaban balaceras y ejecuciones en el norte como el sur, en la costa del Golfo como en el Pacífico. Todo fue a rio revuelto.

Hoy cada exgobernador enfrenta sus propios demonios.

La violencia demencial, la que no respeta condiciones sociales, ni estatus de pobreza, es la amenaza formal a las instituciones. El poderío económico alcanzado por bandas criminales es extraordinario, incalculable, inimaginable. Se hacen de estaciones de PEMEX, roban combustible de ductos, venden protección, imponen alcaldes, patrocinan campañas, disputan el poder palmo a palmo y derivan sus actividades ilícitas, obviamente, en otros delitos de alto impacto.

Los reajustes de las células son extremadamente crueles, en la demostración de su poderío.

Sin embargo, no hay futuro para ellos. Han perdido lo esencial de todo negocio: el tiempo. No tienen tiempo para disfrutar, divertirse, procrear una familia, ni generar esa tranquilidad que otorga ese poder adquirido violentamente. Saben que es efímero, fugaz, y la muerte los acompaña en la traición, venganzas o por negocio.

El autoexterminio es lo real. Las ganancias quedarán a hijos, esposas, primos, sobrinos, ahijados… Nunca para ellos. Y en eso nadie de los capos se pone a pensar, ni tampoco a definir qué será de su tiempo de vida. Las cuantiosas herencias hechas en las drogas, con sangre de miles de mexicanos, se quedan sin dueño. Son señuelo para otras venganzas.

El daño irremediable es que no cuidaron el lugar donde tomaban sus alimentos… pues allí mismo defecaban. Ese es el ciclo de lo efímero, aunque tengan joyas, mansiones, autos de súper lujo, propiedades envidiables… no tendrán tiempo del disfrute, del placer ni la tranquilidad.

Serán perseguidos por sus demonios… como los gobernadores ricos.

Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.