* Carlos Garfias Merlos se va a Morelia

* Rangel pide, otra vez, diálogo con narcos

* ¿Cuál es el papel de la Iglesia en narco-guerra?

 

Jorge VALDEZ REYCEN

 

Su Santidad el Papa Francisco designó a monseñor Carlos Garfias Merlos nuevo Arzobispo de Morelia, por lo que en los próximos 60 días dejará de ser Arzobispo de Acapulco y se nombrará a su sucesor en breve.

La feligresía católica de Acapulco y Guerrero se habían acostumbrado a la figura señera, del prelado Garfias, con mirada pícara y rostro risueño que lanzaba mensajes en sus homilías dominicales del posicionamiento conservador de la Iglesia frente a “la abrumadora” violencia que han desatado grupos criminales.

Desde los valles del altiplano guerrerense, otra voz, la de monseñor Salvador Rangel, Obispo de Chilpancingo-Chilapa, ha sido reiterativa en el planteamiento de “oficializar” lo que el alto prelado católico descubre como una relación ya existente, pero “oculta” –se infiere de su declaración a la prensa— entre autoridades con fuerzas criminales que han desatado una ofensiva violenta contra grupos antagónicos.

Ante este panorama confuso, distorsionado de lo que estipula la ley, muchos se preguntas cuál es, entonces, el papel que juega la Iglesia en todo este desconcierto de violencia, narco-guerra y ejecuciones entre pandillas rivales.

Al empujar para que haya pactos, acuerdos, arreglos, treguas, entre grupos criminales con las autoridades, la Iglesia realmente envía un mensaje de doble filo, que transita en los linderos del imperio de la ley e incursiona en terrenos poco explorados.

Monseñor Rangel envía en su mensaje palabras de consuelo y tamiza que ya existen “acuerdos”, pero que éstos no se han dado a conocer a la luz pública. ¿Qué tanto sabe el Obispo Rangel de dichos arreglos, pactos y confesiones de narcos?

Inquietante es el papel que el alto representante de la fe cristiana juega en medio de una narcoviolencia sin fin, con más crueldad y saña en sus recados, plagados de insultos y amenazas a sus rivales.

¿Pidió Garfias ser relevado de su misión en Guerrero? ¿Rangel será arzobispo de Acapulco y entonces tendrá mayor presencia en la toma de decisiones sobre el posicionamiento eclesiástico ante la narcoviolencia?

Salvador Rangel ha sido reiterativo en su posición inflexible, acaso hasta retadora y desafiante, de sentar en la mesa de negociaciones a narcotraficantes y autoridades. Escenario inédito, de escándalo, contradictorio a todas luces del marco legal y a lo que dicta la lógica de las instituciones: con la ley no se pacta, ni se negocia.

En el hipotético caso de que Salvador Rangel lograra –lo que según él ya es un ‘secreto a voces’— que hubiera entendimiento y pactos, bajo qué condiciones actuarían los que operan fuera de la ley y asesinan por consigna y códigos delincuenciales establecidos para dilucidar su poderío. ¿Se les respetarían sus ‘derechos’ de exigir como suyas las ‘plazas’? Y ¿el gobierno claudicaría en regir los destinos de los ciudadanos, que constitucionalmente le confiere la Carta Magna?

La explicación coherente –que hace impensable este acuerdo— es que la Iglesia estaría pidiendo a las autoridades declararse fracasados en su misión y entregarles a los violentos la plaza y todo lo que conlleva. ¿Ese es el fin, monseñor Rangel?

No dice bajo qué condiciones se pactaría la tregua, ni cuáles son las exigencias de la parte beneficiada, o sea los grupos delincuenciales.

Confuso, rebuscado, es el planteamiento contrario a lo que dicta el espíritu legal. Y se explica en el silencio y la ausencia de réplicas que de parte de las autoridades no ha tenido el que lleva a cuestas ser un apóstol de Jesucristo.

¿Con quién está, Obispo Rangel: con los buenos o con los malos?

Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.