* Edgar Elías: buen discurso que él no hizo
* De modesto secretario a multimillonario
* En 2 horas, se eligieron a los premiados
Jorge VALDEZ REYCEN
La presea “Vicente Guerrero” que consiste en una moneda de plata pura, ley 9.25, se otorga como máximo galardón a guerrerenses que se distinguen por su labor a favor de la entidad.
Hace poco más de un año, en una tienda de empeño estaban dos medallas: una de ellas la presea Vicente Guerrero y la otra, Ignacio M. Altamirano a la venta por la ganga de 537 pesos.
En la lectura anodina, inútil, pueril, sería que los galardonados con dichos premios estaban tan “jodidos” que se fueron a rematar a la tienda de empeño la “baratija” de plata que un gobierno entregó, en ceremonia solemne, que conmemora la erección del estado de Guerrero.
Otra consideración que ilustra que dicha medalla conmemorativa –que presupone un valor invaluable para el recipiendario, por la alta distinción ética y moral— se otorgó al vapor, en un acto “fast-track” para quien evidentemente no tuvo ni tendrá la estatura y reciedumbre de guerrerense para ser condecorado con dicha presea.
Estas dos lecturas políticas podrían estar reñidas con la más reciente entrega de condecoraciones y premios al mérito civil, sin embargo, el ejemplo y la evidencia de la fotografía que pone a la venta la presea en la tienda de empeños, revela la devaluación de la conciencia de quienes fueron en su caso galardonados y a quienes los propusieron e impulsaron.
La morbosidad de este antecedente permeó en la entrega a las condecoraciones para Edgar Elías Azar, el multimillonario presidente del Tribunal Superior de Justicia y presidente del Consejo de la Judicatura del Distrito Federal, quien fue premiado con la presea “Juan Álvarez” por sus méritos jurídicos.
No hace mucho, menos de 25 años, el acapulqueño era un secretario de Finanzas y Administración modesto, sin la enorme y cuantiosa fortuna que hoy ostenta como multimillonario, al grado de ser blanco de algunas versiones que lo ubican como socio en materia inmobiliaria con el actual jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera.
Edgar Elías Azar leyó un discurso bien redactado, pero quienes lo conocimos inmediatamente supimos que no era su redacción, ni estilo. Una figura cercana a él, nos dio la clave de la presunta autoría del discurso, Pascual Hernández Mergold. Aunque sigo teniendo mis dudas.
Total que el consejo o junta que encabezó Florencio Salazar Adame, la presidenta de la Mesa Directiva del Congreso, un representante del Tribunal Superior de Justicia (Marcos Efrén Parra Gómez, prominente figura del PAN), la secretaria de Desarrollo Social, Alicia Zamora Villalva y el secretario técnico, David Augusto Sotelo Rosas, en dos horas deliberaron los premios y dignificaron lo que ya era la percepción generalizada de una premiación a modo para un club de amigos, carentes de valores y prendas éticas y morales.
Por supuesto que hubo extraordinarias excepciones en la premiación, sin cuestionamiento alguno, pero…
La sonrisa de Florencio durante toda la ceremonia era enigmática, zorruna, de intenso goce interior. Muy sobradamente contrastante al enorme tedio de Marco Antonio Leyva Mena, que cruzaba los brazos, recargaba su quijada en la mano y no ocultaba su aburrimiento.
La presea “José Francisco Ruiz Massieu” otorgada al exsecretario general de Gobierno, David Cienfuegos Salgado, en la administración de Rogelio Ortega Martínez, debió haber dolido en el alma al autor de varios libros que preconizaron la “Nueva Política” y lo ubicaron como el último ideólogo del PRI del Siglo XX.
A las memorias olvidadizas se les pasó por alto el escándalo nacional en que se vio envuelto el galardonado Cienfuegos, al final de la disparatada gestión de su jefe político Rogelio Ortega, cuando se hizo pública la venta de patentes notariales y un negocio de voracidad se denunció por parte de quienes no fueron (o no les llegaron al precio) para comprar las notarías.
¡Ah, qué desmemoria! Yo pude haber tenido por 537 pesos no una presea… ¡sino dos!…
Claro que la ética y la moral, que únicamente se traduce en vergüenza, me impidieron comprarlas.
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.