El sabroso mole poblano
Por Chanssonier
Fuera del exquisito pozole el cual se acompaña de un siempre apetitoso mezcal, la mayor parte de la cocina que con el correr de los años es parte nuestra, llegó procedente de otros lugares como es el caso del mole, que tiene como cuna la Puebla de los Ángeles. Sobre este platillo se dice que en una ocasión el obispo Palafox y Mendoza, llegó sorpresivamente al convento de Santa Rosa; como las monjas no tenían nada preparado para un digno recibimiento, lo agasajaron haciendo llegar a su mesa un guiso exquisito.
Tan fue de su agrado que preguntó cómo se llamaba, en el justo momento que una cocinera indígena, se quejaba con la madre superiora porque el metate “no mole bien”; aprovechando el momento la religiosa con prodigiosa rapidez le expresó que lo que se le había servido se llamaba mole, haciéndose enseguida muy popular.
A esta ciudad el mole ya llamado poblano, llegó procedente de Chilapa extendiéndose enseguida, por lo que ahora es el estado de Guerrero, sobre todo en esta ciudad en donde adquirió su naturalización.
Aquí hubo en el pasado reciente tres cocineras en distintas épocas, las que se distinguieron por confeccionar un mole exquisito, como para chuparse los dedos según una frase popular. Posiblemente la mejor de todas haya sido doña Encarnación (Chón) Catalán. Era su sazón tan particular que el general Fortunato Maycotte la tomó a su servicio, llevándosela consigo a Chiapas, cuando fue comandante de esa zona militar.
Doña Ángela Torreblanca fue otra destacada cocinera, cuyo mole poblano los proferían las familias chilpancingueñas, por una elaboración que dejaba a gusto al paladar más exigente. Fue doña Luisa Memije quien completó la tercia de mujeres, dedicadas a la venta de mole poblano. Las tres mencionadas murieron hace algunos años reposando en el antiguo cementerio, en donde como dice el positivista don Agustín Aragón León, se terminan las ambiciones humanas.
Hasta nuestros días el mole poblano continúa siendo un platillo que goza de preferencias; sin embargo apuntamos los nombres de las tres mujeres referidas, por haber sido las mejores en el tiempo que les tocó vivir.
Solo quedan las ruinas
Justo al término de la calle Altamirano, esquina con Heroínas del Sur, estuvo la aristocrática mansión denominada “Quinta Elvira”, de la que era propietario el ingeniero Saturnino Martínez Cuenca; el nombre de la finca se le puso en homenaje permanente a su esposa, señora Elvira Morales.
La propiedad de varias hectáreas de terreno, tenía construida una casa estilo californiano; casi a la mitad había una alberca, la cual se llenaba mediante una bomba de motor, la que servía además para el riego de los bien cuidados jardines. En la parte oriente estaban los baños de regadera; doña Envirita siempre dejó que los muchachos la utilizaran, poniendo como condición que si alguien iba a meterse a la alberca, primero debería bañarse con jabón para enseguida disfrutar en el cubo de agua.
Cuando la familia Martínez Morales, se fue a radicar a Tepecoacuilco de donde era originaria, rentó su propiedad. Hace años el predio fue utilizado como patio para almacenar madera, habiéndolo adquirido el ingeniero José López Huerta. Actualmente el predio está cerrado en tanto la residencia está convertida en ruinas.