FELIPE VICTORIA

 

Aperplejamiento porteño ante indefensión

 

El Acapulco feliz y bullanguero atractivo para el turismo, sigue siendo casi el mismo, como sea no pierde la magia ni la preferencia del turismo nacional, pero cada año llega con menor presupuesto.

Abarrotan tiendas departamentales de poderosas cadenas abasteciéndose y dejan el cochinero en las playas, por esa tradicional incultura ecológica; muchos duermen dentro de los vetustos autobuses de excursiones y ya no se hospedan en lugares baratos con chinches y cucarachas que igual abundan en los hotelotes caros y famosos, donde recomiendan a sus clientes no salir de sus instalaciones porque hay peligro en Acapulco; meseros, recamareras, bell boys y acomodacoches son los primeros lengua suelta con los huéspedes.

Si lograran los gobiernos que “la prensa formal e institucional” no publique las incidencias delictivas de Acapulco, poco sería el logro. La gente no se espanta por lo que eventualmente leyera en un periódico o revista, mirara en la televisión o escuche por la radio, se asusta por las cosas malas y desagradables con que ocasionalmente se topa en las calles, así sean de la disque blindada franja turística, maquillada con desfiles de caros gendarmes federales paseándose.

Antes parecía imposible presenciar balaceras en la Costera por los rumbos del Parque Papagayo o la Gran Plaza, Caleta y Caletilla o Costa Azul; ahora se rompió el pacto con las mañas y cesó la tregua en la parte “bonita” de Acapulco, porque en los rumbos de los acapulqueños el peligro sigue en pie.

Una corporación policiaca municipal sumida en la vergonzante ineficiencia, que da la impresión de ocuparse tan solo de proteger los recorridos de los sicarios cobradores de rentitas de pisaje a comerciantes y agentes viales voraces esquilmado conductores, mientras los egregios jefazos y responsables cantinflean excusas indignantes.

Insisto en que sería más eficaz deshacerse de una veintena de anquilosados comandantes mañosos que intentar despedir sin liquidación a centenares de policías a la antigua, iletrados si usted quiere, pero que tenían valor y vocación, cumpliendo su misión muchas veces.

Quienes llegan del ex DeFectuoso están muy curados de espanto y allá en “chilangolandia” las cosas están peor, como en el Estado de  México, Morelos, Puebla y Michoacán, porque de Oaxaca poco se sabe.

Entendemos la sincera preocupación del gobernador Héctor Astudillo cuando pide mesura, objetividad y veracidad a los medios, nunca silencio autoritario, que no exista operando una auténtica política de  comunicación social es cosa aparte.

La actividad periodística está infestada de grupúsculos, cofradías y organizaciones muy dispuestas al mitote presionando, toleradas y apapachadas desde mucho tiempo antes. Un punto clave donde urge una depuración identificando a suplantadores que exigen de mal modo apoyos, aunque no tengan presencia periodística real en medios legales y ahora anidan en sitios digitales a través de las redes por Internet.

Quizá por eso crean que Erika Lührs cambió al maquillaje azul intenso o moradito en sus párpados, pero no son más que consecuencias de los desvelos ante una preocupante situación a la que debe ingeniárselas para ponerle freno cuidando la imagen del estado de Guerrero y del gobernador Astudillo.

¿Este Acapulco a la deriva tiene remedio?

Lo bonito visto de fuera nadie se lo quitará, pero a lo insufrible desde la perspectiva de los acapulqueños es en lo que deben poner manos a la obra.

Urge frenar y romper el círculo vicioso de la extorsión que se va institucionalizando a todos los niveles; desde al que vende pepitas sobre la banqueta, hasta negocios medianos y cadenas de farmacias y alimentos las mañas les exigen “cuota”, no se salvan ni las constructoras de obras públicas, ni los templos religiosos inclusive y sitios de taxis menos.

¿Por qué? Si cualquier extorsionado se arma de valor y acude a denunciar el agravio ante el Ministerio Público, ahora ni pagando le “levantan el acta”, aduciendo que eso les acarearía represalias y el denunciante estaría poniéndose la soga al cuello.

Más bien “terapean” a los afligidos para que traten de negociar una reducción de las cuotas y se la lleven en paz, pagando puntuales sin ponerse en más peligro.

Ante la policía preventiva ni locos denunciarían los extorsionados, porque calculan que los uniformados protegen a los malandrines por zonas, por si las víctimas se organizaran a linchar cobradores.

Sería de suponerse entonces un contubernio entre encargados de prevenir ilícitos y los de investigarlos y perseguir delincuentes. ¿Qué otra opción ciudadana queda de no ser primero la venganza privada y la justicia por mano propia?

Una tarea para el atareado Fiscal General, Xavier Olea Peláez, y para cualquiera de los tan efímeros jefazos policiacos estatal y municipales, que debieran definir y juramentar primero de qué lado de la ley están.

¿Acaso están en espera de otro “Garitazo” como en enero del 2006, para que Acapulco vuelva a ser noticia nacional y mundial en vez de Iguala con su ayotzinapazo que ya nos tienen hasta la coronilla?

Si las autoridades responsables no actúan contra la extorsión generalizada, el pueblo anonadado y perplejo se imagina que es porque llevan parte del negociazo.

Necesita el gobernador Héctor Astudillo, que tiene voluntad política, exigir que los subordinados cumplan con sus deberes, en vez de amafiarse con las mañas.