Nadie es profeta en su tierra

 

Por Felipe Victoria Zepeda

 

Feliz día de la Bandera Nacional. ¿Alguien sabe si le pagaron y cuanto al sastre José Magdaleno Ocampo en Iguala por confeccionar en 1821 el Lábaro del Ejército Trigarante de Guerrero e Iturbide?

A veces trato de entender las razones de algunos presidentes mexicanos más o menos recientes, que urdieron suprimir la materia de historia de las escuelas.

“Razones de Estado” para que durante el Siglo XX se corriera una percepción amañada de los hechos a los alumnos, en los libros de texto gratuitos.

¿Cuántos Benito Juárez hay según los historiadores de su época y los posteriores?, ¿por qué en las secundarias de mi tiempo cuando se llegaba a la etapa de la llamada Revolución mexicana ahí le paraban?

Hace ciento tres años el jefe del Ejército Mexicano, Victoriano Huerta mandó asesinar al presidente Francisco I Madero, junto con José María Pino Suárez, para usurpar el poder mediante un golpe de Estado, pero hicieron correr la versión de que se quiso escapar y le aplicaron la ley fuga.

Entonces y ahora, ni quien contradiga a los que están en el poder, pues por lo menos los matan de hambre.

Cuando lo del prócer del ‘Sufragio efectivo, no reelección’, protestó el médico, periodista y senador chiapaneco Belisario Domínguez Palencia, acusando al ‘Chacal’ Huerta, pero lo pagó con su vida tras cortarle la lengua y desde entonces todos calladitos se miran más bonitos.

Si ahora le preguntara usted a los actuales senadores sobre Belisario Domínguez, muy pocos le sabrán dar una explicación amplia y la mayoría en la escuela pasó de noche la materia de Historia.

En la versión oficial, por ejemplo, nos plantaron como “marcha de la lealtad” el que cadetes del Colegio Militar escoltaran a Madero antes de su sacrificio, acatando órdenes superiores. Lealtad hubiera sido liberarlo y ayudarlo a ponerse a salvo, pero ahora es una bonita ceremonia muy lucidora para los presidentes en turno.

Ni se les ocurra preguntar a políticos encumbrados por la ideología del Benemérito Benito Juárez, pues eso de la honrosa medianía del servidor público les da ñáñaras, por eso la gente acarreada les aplaude y se culimpina mientras están en el poder, después cualquier perro los mea y les inventan leyendas negras de mujeriegos, feminoides o ladrones.

Regresando al pasado, tras asesinar al constitucionalista Venustiano Carranza el populacho decía burlándose: “¿quién mató a Carranza?… shhh cállese señor”.

Pareciera un deporte extremo hurgar en la verdadera historia de México que por ahí quedó escrita de todas maneras, como cuando asesinaron al presidente reelecto Alvaro Obregón en La Bombilla de Coyoacán, DF.

Ni qué decir del asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en Guadalajara, en mayo de 1993, utilizando al Chapo Guzmán de chivo expiatorio, o del complot urdido en Los Pinos y disimulado por la PGR en marzo de 1994, cuando callaron al candidato presidencial priísta Luis Donaldo Colosio Murrieta en Tijuana, y meses después, en septiembre, de la ejecución artera contra José Francisco Ruiz Massieu ordenada por un cártel, sus familiares políticos y desarrolladores inmobiliarios en Acapulco.

Así las cosas, retornó la costumbre de las tortuosas investigaciones oficiales con Fiscalías Especiales para crear versiones alejadas de la verdad histórica, distinta a la legal en expedientes manipulados que enredan los hechos y ocultan evidencias fabricando culpables y protegiendo coautores intelectuales de casos proditorios.

Cuando creíamos que en este nuevo milenio ya no habrían más farsas así en México, y soportamos dos sexenios de montajes de escenas, reventó la infamia de Iguala y Cocula en septiembre de 2014, “desapareciendo” vivos o muertos a cuarenta y tantos estudiantes normalistas, metidos de carne de cañón como vándalos en la guerra entre dos cárteles que se disputan la supremacía en la exportación de heroína desde Iguala hasta Chicago en los USA, un secreto a voces en la ciudad tamarindera.

Desde el mismísimo septiembre del 14 varios columnistas señalamos como más posible móvil el tráfico de drogas en autobuses y hasta ahora lo “descubren” los sesudos y nada baratos expertos internacionales.

Felicito al valiente José Reveles, camarada de viejas lides, por su nuevo libro “Echale la culpa a la heroína, desde Iguala hasta Chicago”, ojalá lo consigan y disfruten para salir de dudas.

A veces es una ventaja no radicar en Guerrero para poder abrir un poco más la boca y soltar más la pluma; aquí ya no sabe uno ni con quien se pueda tener plena confianza de tantos que andan en “las otras redes”.

-¡Tilín, tilín!

-Maestra Pizarrina, ¿ya escuchó el himno a nuestra bandera a ritmo de cumbia?

-No me pongan de malas chamacos, esas payasadas y faltas de respeto no se valen, pero abundan ignorantes incivilizados. Hoy es día de nuestra insignia nacional y hasta dijeron que vendría el presidente Peña Nieto a Iguala.

-Mucho valor, teacher, ¿quesque ya publicaron una obra con pelos y señales de lo sucedido y las razones de que ocurriera?

-Sí chamacos, es de José Reveles: “Echenle la culpa a la heroína, desde Iguala hasta Chicago”, pero no se refiere a la Lady Pineda de Abarca, sino a la droga.