David Martínez Téllez

Falleció a los 101 años de edad un educador insigne.

Un verdadero revolucionario en la educación mexicana.

Descanse físicamente Pablo González Casanova; vivirá en el pensamiento de quienes cambió su manera de observar el mundo y de entenderse. Es decir, tanto exógeno como de manera endógeno.

Le agrego el calificativo de crítico a este personaje de la educación porque inspiró al atrevimiento a rebasar la línea del conocimiento formal; no se limita a la frase del Che; esa que se repite en bardas y que encapsula a la crítica cuando se es joven. El análisis interpreto a González Casanova –o el pensar continuum- por si mismo es reflexionar, esta condición o estado per se es crítico y se aleja de cualquier estadio o periodo de edad.

La causa de alcanzar ese espacio y/o tiempo del pensar, sencillamente es el acercamiento a los libros, a las letras. En general al conocimiento.

A ese nivel de información (sobre mi mismo y de todo lo que rodea) impulsó González Casanova con la creación de los Colegios de Ciencias y Humanidades en la década de los 70 del siglo XX cuando fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Hasta entonces la enseñanza  en todos los niveles se le identificó como pasiva. Esta forma de dar clase consistía en que el profesor o maestro (a algunos catedráticos les disgusta esta palabra porque dicen que no son albañiles) eran poseedores de la información. Lo activo consistió en que los estudiantes se acercan a textos antes de llegar a salón.

El escolapio llenaba su pensamiento de lo que exponía el docente; era pasivo. En la nueva manera de allegarse al conocimiento entre todos era la participación a partir de lecturas. Primero de un libro, luego de otras investigaciones. La bibliografía sugerida por el profesor en la enseñanza activa era amplia. El propio profesor recomendaba que el mismo texto avisaba sobre otros libros, los cuales podrían atenderse.

El conocimiento activo desbordaba a una ideología; introducía otras formas de ver un mismo acontecimiento. Lo que forjaban esas otras lecturas era un criterio propio.

Como en cualquier proceso educativo los resultados no son ni a corto ni a mediano plazo. Pasaron por lo menos 20.

Estos nuevos profesionistas (en cualquier rama del conocimiento, desde técnico hasta humanista) siguen siendo lectores.

Estoy convencido que la nueva información (evidentemente a través de lectura de textos o simplemente de comentarios de alguien acreditado) modifica la manera de pensar de un profesionista o de cualquier persona.

Un lector rompe con la posición conocida como fundamentalista (en cualquiera de las tres posiciones conocidas: centro, izquierda o derecha). Tiende a modificarse. De no permutar sencillamente dejaría de ser crítico. O peor aún; ya no sería un ser humano.