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Arturo Cuicas

“¡La de ‘Opio’, señor Héctor!”, le gritaba en los toquines.

Nos tuteábamos, nos madreábamos, nos albureábamos, pero aún así le decía señor. Él siempre me correspondió diciéndome “Señor Cuicas”.

Recuerdo bien el día que lo conocí, porque nunca fue el tipo de persona a la que ignoras: Botas, chamarra, cigarro y una actitud de rockstar que nunca le vi perder. Así era. Así lo voy a recordar.

Yo recién entraba a la chamba y él ya llevaba sus años aporreando teclas. Fue un gran compañero de trabajo, un gran gurú.

Con los años, compartimos muchas cosas. Platicamos en todos lados. Platicamos en la seriedad del trabajo, en la barra del bar, en el lavado y su alegre madrugada, en la tranquilidad de su casa y en cualquier encuentro fortuito, donde se hacía ver gritando desde lejos su enfadada frase de siempre: “¡Pura pérdida!”

Y platicamos mucho. Del periodismo bueno, del malo; de libros soberbios –¡cuánto admiraba a Kapuściński!-, de gente imbécil, de días largos; de The Who, de Héroes; de Bunbury, de Bob Dylan, de Led Zepellin –en general, cualquier deidad del Rock era tema-, de Star Wars, de los Cazafantasmas, de Pixar y de Tin – Tan; de enredos del trabajo y de pleitos de borrachos. Hablamos mucho, incluso cuando los temas cambiaron: de tipos de biberón, de enfermedades pediátricas, de desvelos, de caca de bebé y de la involuntaria metamorfosis de músico de bar a padre luchón.

Con él se podía hablar de esas cosas y de más.

Recuerdo cuando le gritaba, desde cualquier mesa de Los Hildaros: “¡La de ‘Opio’, señor Héctor!”, y siempre me complacía.

Al acabar el show, cualquier jueves o viernes, se acercaba a la mesa donde lo esperaba -por lo regular con mi esposa, fan de hueso colorado- y mientras se acababa su cerveza filosofaba sobre cualquier absurdo.

Hubo un tiempo en que convivir con él –por aquello de la chamba- era irremediablemente cotidiano… y nunca me imaginé que un día lo iba a echar tan de menos.

Pero lo dice la canción misma: “Las cosas más triviales se vuelven fundamentales”.

Se adelanta, señor Héctor. Pero deja mucho para todos aquellos que lo conocimos.

¡Qué buen toquín se ha de estar armando allá!