* Mujeres, de agresiones en su contra a iniciar manifestaciones

Alfonso A. Catalán

Es indudable que la manifestación de mujeres contra la violencia de género el pasado 16 de agosto en diferentes partes del país–pero sobre todo y de manera notoria en la Ciudad y el Estado de México–, organizado para exigir a las autoridades un alto a toda esta ola de feminicidios y para pedir una verdadera ayuda, desvirtuó su sentido original al haber todo tipo de agresiones.
Y es que gran parte de la sociedad, en lugar de darse cuenta y de prestar atención a esta tan importante demanda, se centró en los destrozos que hubo en lugares como la estación del Metrobús Insurgentes, la quema en las instalaciones de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, los rayones en monumentos tales como el Ángel de la Independencia, las agresiones a los medios de comunicación, o a hombres que solo por el hecho de pasar por ahí o intentar subir al metro, fueron agredidos por una turba enardecida.
Sin embargo no se pueden juzgar sus acciones, que si bien no debieron realizarse de esa manera, tienen toda la razón de ser.
El mexicano debe entender que todas las personas que participaron en esta manifestación no son una “manada de locas, incultas”, no, sino personas que en su día a día han sufrido alguna clase de violencia.
Se debe de entender un contexto del que muchos, parece, no quieren o conocer o llegar a entender:
En teoría las mujeres cuentan con los mismos derechos que los hombres, pero en la práctica nos damos cuenta de que no.
Existe un machismo arraigado en miles, tal vez millones de mexicanos, que ven como una práctica común el que la mujer se encuentre en la casa, que deba respetar a su esposo en todo lo que él diga, que se deje golpear si es que se equivocó o por el hecho de salir sin permiso.
La sumisión como forma de amor, por ejemplo, es algo bastante común en nuestra sociedad. Aunado a esto tenemos las constantes violaciones, agresiones físicas y asesinatos contra el sexo femenino que se han acrecentado de manera exponencial en la Ciudad de México, y el nulo actuar de los tres niveles del gobierno por parar estos crímenes.
Y es que las autoridades no ayudan a las familias afectadas; cuando desaparecen, y los agraviados van a presentar su denuncia ante el Ministerio Público, los agentes y encargados les dicen que “se fueron con el novio”, “que no se preocupen, que van a regresar”; cuando sufrieron alguna agresión física les comentan, en tono burlón, “que ellas se lo buscaron”, “que para que sale con una falda tan corta”, y una gran etcétera.
Día con día y sin exagerar (ahí están las estadísticas), se matan mujeres y se encuentran sus cadáveres, casi siempre con signos de tortura y de violencia sexual.
Así que no, las manifestaciones no se dan por mujeres locas o que tienen poco seso, sino por personas que han sido olvidadas por las autoridades, que han vivido casi siempre en la sumisión, que han sido relegadas a un segundo plano por sus parejas y que han sufrido que sus hijas, madres o hermanas hayan sido asesinadas cruelmente, por personas que parecieran no tener ningún atisbo de humanidad.
Las marchas se dan por gente que por años se han reprimido y que, por esta vez, sí, por esta única vez, tal vez pudieron externar su coraje, su miedo, su resentimiento por todo lo que han sufrido.
¿Qué si sus acciones violentas en la marcha han sido correctas? No.
¿Qué si con esta forma de expresarse se ha resuelto algo? Pareciera que no.
Pero ya nuestra sociedad se dio vuelta, se ha dado cuenta que existe un grupo vulnerable que está cansado de tanto abuso e injusticia y que seguirán ahí, reaccionando hasta encontrar un camino que trate de llevarlos ante una solución, una que tanto necesitan. (alfonsoc@elsoldechilpancingo.com)