Javier Cadena Cárdenas
Mañana domingo los priístas acudirán a las urnas para elegir a su nueva dirigencia, de entre las candidaturas de Ivonne Ortega y Alejandro Moreno, dos militantes que han gozado del privilegio de las cúpulas y gobernantes anteriores, así como de la confianza de sus paisanos, quienes los hicieron gobernadores de sus propias entidades: Yucatán y Campeche, respectivamente.
Para nadie es un secreto que el partido que fue casi único durante la mayor parte del siglo pasado, llega a este cambio de presidente de su Comité Ejecutivo Nacional, en medio de la peor crisis que ha enfrentado a lo largo de su historia y de una latente división a su interior.
Además, la desconfianza que el electorado le mostró de manera contundente el año pasado durante el proceso para elegir al presidente del país, aún persiste, a pesar de que muchos de sus militantes quisieran creer que los posibles o reales descontentos que se manifiestan en contra del titular del Poder Ejecutivo nacional, en automático se convertirán en aceptación a sus propuestas.
Esta esperanza que guardan de capitalizar a su favor lo negativo que pueda tener el partido en el poder, hace suponer que han olvidado al país y a los mexicanos, y que sus propuestas andan alejadas de lo que la nación necesita para salir adelante.
Así, la visión que todo mexicano tiene del Partido Revolucionario Institucional, parte de una premisa sencilla y compleja a la vez, porque proviene de una verdad de Perogrullo: todos los defectos y todas las deficiencias, así como los aciertos y aportaciones que se describan de él, pueden ser reales.
Toda crítica o alabanza que se le haga, sin lugar a dudas cuentan con un alto grado de certeza.
Asimismo, su presente y su futuro inmediato son complejos porque aunque todos los interesados tienen su verdad y su receta, ninguno de ellos ha podido construir una voluntad política uniforme y sólida para que unidos trabajen en la superación de la derrota sufrida en julio de 2018.
Lo que menos necesita hoy en día el PRI, es hacerse eco o síntesis de los lamentos que a partir de su descalabro electoral de hace trece meses, gran número de militantes hace a manera de catarsis, misma que a lo mejor les ha dado tranquilidad moral, pero políticamente les ha resultado infructuosa.
Quienes aspiran a conducirlo a nivel nacional, así como sus contrincantes, seguidores y detractores, deben elaborar una propuesta sólida y bien cimentada que contemple los siguientes puntos:
1.- Definir qué partido y qué país quieren.
2.- Conocer a ciencia cierta cómo están y qué tienen a su interior.
3.- Elaborar un catálogo cualitativo y cuantitativo de los recursos políticos que aún cuentan.
4.- Desechar lo que se tenga que hacer a un lado.
5.- Conservar y fortalecer lo que concuerde con su proyecto.
6.- Consolidar democráticamente a sus órganos de gobierno.
7.- Abrirse a la ciudadanía, al electorado, a la sociedad civil.
8.- Fortalecer y actualizar sus sectores, movimientos y organizaciones.
9.- Identificar y formar a los posibles nuevos militantes.
10.- Elegir a dirigentes que den certeza, legitimidad, honradez, honestidad y transparencia.
Variaciones de este decálogo se deben presentar y discutir al interior de ese partido, sin importar niveles ni regiones, y quienes vayan a resultar electos, los deben poner en práctica.
Claro, siempre y cuando realmente quieran trabajar para regresar a ejercer el poder a nivel nacional, y no les vaya a ganar ese dicho que se puede ajustar muy bien en estos tiempos: administrar un cadáver político es un gran negocio, tanto económico como político.
O sea: en el PRI, como en todos los partidos, necesitan actores políticos no administradores, y los partidos políticos deben tener vida y no ser elefantes blancos, como de manera lamentable existen algunos.
Y este 11 de agosto, los priístas van a elegir su futuro.