RAUL SALGADO L.
El alto grado de abstencionismo registrado en las recientes elecciones del 2 de Junio tiene lecturas diversas y un peligroso y grave anuncio de una severa descomposición política que amenaza con serias repercusiones para la vida social de los mexicanos.
El protagonista más relevante en las recientes elecciones resultó ser el abstencionismo; en Quintana Roo, donde se renovó el Congreso del Estado, solo el 22% de los ciudadanos concurrieron a las urnas y determinaron los pírricos resultados, lo que evidencia una absoluta deslegitimidad, pues resulta absurdo que una escasa votación defina el destino democrático del Poder Legislativo de esa entidad.
En circunstancias similares, entre el 30, y 35% fue el registro de participación, lo que significa que el abstencionismo se dio entre un 65 y 60% en los Estados de Baja California, Tamaulipas, Puebla y prácticamente Aguascalientes, ya que pudieran considerarse en niveles inaceptables, de escasa representatividad y de cuestionable legitimidad.
A pesar de que el estado de Durango registró el 54.7%, resulta relativamente menos espectacular, aunque la línea saludablemente democrática debiera ser de cuando menos del 50% más uno.
Es incuestionable que el abstencionismo es un fenómeno multifactorial; podría considerarse que los partidos políticos ya no representan confiabilidad a los electores, como tampoco convencen los anacrónicos y viciado procedimientos para la definición de sus candidatos; personajes que se promueven con escasa capacidad, ausencia de buena fama pública, con notable desarraigo y con nula sensibilidad política; los incipientes y demagógicos discursos que desaniman y decepcionan, todo ello puede hacer posible que haya influido en la escasa motivación del electorado.
En sí, la infinidad de circunstancias aconsejan incitar a una profunda revisión de nuestro Sistema Democrático, a una mayor exigencia de hacer prevalecer el Estado de Derecho, a impulsar con determinación la existencia de mayores valores y de conductas de mejor virtud.
Las elecciones del 2 de junio, resultan ser de inobjetable referencia que obligan al análisis y a la reflexión.
Se ha especulado que el desaliento ciudadano es producto de una lamentable descomposición política que ha ido invadiendo cada vez más y con mayores resentimientos el malestar de los ciudadanos: los alarmantes y crecientes niveles de inseguridad y violencia, la complacencia y hasta quizá la complicidad de actos de corrupción y la injustificable inacción para seguir tolerando la impunidad, la presencia de gobernantes débiles y ausentes de todo compromiso social; la aniquilación de programas sociales; la aparición de nuevas y prometedoras propuestas que teniendo elevadas justificaciones sociales, han resultado desvertebradas, incipientes y de poco alcance al dejar de considerar a cientos de posibles beneficiarios.
Se han venido advirtiendo en las últimas semanas ambientes sombríos y desalentadores que mantienen a los mexicanos en grave incertidumbre, sobre todo los despiadados golpeteos de nuestro vecino del norte, las graves amenazas con medidas económicas que pudieran poner al borde de una severa crisis al país, el desenfrenado y complaciente fenómeno de la migración que amenaza no solo la incomodidad del vecino, sino que podría producir en el país un serio conflicto social con repercusiones inimaginables.
Hay suficientes razones para entender el comportamiento electoral reciente; muchos advierten el posible desgaste que en apenas 6 meses registra el Gobierno de la Republica; muchos otros como la evidente debilidad de los partidos políticos, los malos gobiernos en las entidades arriba citadas, etc.
Hasta hace unos días, previos a los procesos electorales, los partidos opositores no mantenían ningún aliento esperanzador para su futuro; sin embargo, hoy ha despertado en ellos la posibilidad de rehabilitarse y no tanto para ser competitivos, sino para alentar la idea de las coaliciones políticas, aunque legalmente permitidas, no dejan de significar fraude y engaño al electorado al propiciar la mezcolanza de plataformas políticas contradictorias en su contenido doctrinario.
Lo cierto es, que la reflexión se impone; el país requiere de una democracia fuertemente sólida, de gobiernos confiables, vigorosos, firmes y socialmente comprometidos y de que todos asumamos con responsabilidad la tarea de ser agentes de transformación y de contribución al desarrollo de la paz social y a la sana convivencia nacional.
Hoy el país necesita con urgencia de unidad y de confianza.