Luis Raúl Leyva

Descreo del feminismo, o más bien, descreo de todas aquellas ideas que se dicen feministas pero que en realidad no tienen los rasgos del feminismo combativo, inteligente, visionario, transformador y hasta revolucionario, si se quiere, de tantas mujeres a lo largo de años de lucha.
MeToo México me decepcionó. Sus defensoras y víctimas se limitaron a la denuncia mediática, tuitera, fácil, impune, irresponsable. MeToo entendió mal el feminismo. Ignoró toda una línea de pensamiento reivindicativo de los derechos de la mujer. El feminismo y MeToo México viven en las antípodas.
Mary Wollstonecraft escribe en 1792 una “Vindicación de los derechos de la mujer”. Se trata de un alegato, en una época convulsionada, violenta y trascendental (el surgimiento del pensamiento moderno), con el cual denuncia la exclusión de las mujeres de los derechos derivados de la teoría política de Rousseau. La “Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana”, redactada por Olimpia de Gouges en 1791, denunció que la Revolución Francesa había olvidado a las mujeres en su proyecto igualitario y liberador. Sus demandas eran por la libertad, la igualdad y los derechos políticos, especialmente el derecho al voto. El derecho al sufragio fue una bandera fundamental de la primera ola feminista. El derecho al voto estaba unido a la lucha por la participación en la formación de espacios democráticos. En la década de los años treinta la mayoría de las naciones libres habían reconocido el derecho al voto de las mujeres. En México no fue sino hasta las elecciones del 3 de julio de 1955 cuando las mujeres acudieron por primera vez a las urnas después de un intento fallido del general Cárdenas.
Betty Friedan publicó en 1963 “La mística de la feminidad”. Friedan introdujo un concepto fundamental del feminismo. Las mujeres padecían (padecen) una sensación de vacío al saberse definidas por una sociedad a partir de las funciones que ejercen: esposa, madre, ama de casa.
Hago este repaso relámpago porque quiero subrayar la idea de que en sus orígenes el feminismo tiene una vinculación con la Ilustración y los postulados filosóficos, jurídicos y políticos que moldearon la modernidad. En este sentido, en sus orígenes, el feminismo “denuncia la falta de inclusión de las mujeres en los derechos, en la universalidad de la razón, así como en una vida libre de prejuicios […] Se exigía, pues, incluir a las mujeres en ese conjunto de prerrogativas universales” (Maharba Annel González García, “Breve recorrido por la historia del feminismo”.) Las sucesivas construcciones del pensamiento feminista no son sino una variable de este principio.
El movimiento MeToo en México es reciente. En febrero de 2018, durante una entrevista con CNN, la actriz Karla Souza denunció que había sido violada. La actriz no dijo el nombre del violador. Fue la empresa Televisa quien dio a conocer el nombre del responsable privándolo de su fuente de trabajo como represalia. Gustavo Loza negó la acusación y todo se redujo a “ella dice”, “él dice”. Stephanie Sigman y Paola Núñez denunciaron en esos meses de 2018 haber sido víctimas de abusos sexuales en sus trabajos sin mencionar los nombres de los responsables. El caso Souza daría su impronta al movimiento.
MeToo México se catalizó en Twitter a finales del mes de marzo de este año con la etiqueta #MeTooEscritoresMexicanos. Unos días después, la cuenta @MeTooEscritores publicó un manifiesto: “Mujeres juntas, marabunta”. De éste copio: “Todas estas violencias se nos han acumulado. Hoy nos mueve ver a tantas mujeres rotas. Nos da tristeza, nos da enojo. Queremos hacerle frente al miedo […] no podemos más con esta indignación, no somos mujeres rotas”. Recordé a Simone de Beauvoir y a su novela “La femme rompue” (“avec la plus bouleversante évidence”.) La o las autoras del manifiesto hablaban de violencia, de abusos sexuales, del silencio y del miedo. “Nos traen aquí las violencias que todas hemos vivido […] violaciones, agresores sexuales, abusadores […]”.
En aquellos últimos días de marzo y hasta el 1 de abril leí apesadumbrado muchos testimonios desgarradores de mujeres, voces con profundo dolor, soledad y abandono que reclamaban su lugar afuera del silencio, impuesto por el miedo. Leí, también, muchos mensajes con acusaciones atrevidas, atemperadas al carácter mediático del movimiento, muchas de ellas confundiendo el maltrato laboral o el cortejo tosco con el hostigamiento sexual. En todos esos testimonios no se dio una sola evidencia que probara las imputaciones de abuso o violencia sexual salvo la intervención circunstancial de algún testigo que también, sin aportar prueba o evidencia algunas, apoyaba la acusación limitándose a parafrasearla.
El uno de abril el bajista de Botellita de Jerez, Armando Vega-Gil, se suicidó después de la denuncia anónima de una mujer que lo acusó de abuso y acoso cuando tenía la edad de trece años. La carta del músico es conmovedora porque muestra a un ser humano acorralado por la desesperación, la vergüenza y la impotencia. Vega-Gil negó las acusaciones al mirar de pronto su vida como músico y escritor destruida por una denuncia anónima. El mismo día de su muerte, la cuenta @metoomusicamx espetó: “Es una burla usar un tema tan delicado [el suicidio de Vega-Gil] para jugar el papel de víctima ante el público en lugar de afrontar los hechos. No fue solo un testigo. Hicimos una averiguación pertinente. Qué falta de respeto a las víctimas, a su voz, al público y a los 17 suicidios diarios en México”. Soberbia, estas mujeres se saben infalibles, pensé. La cuenta anunció su clausura y lamentó los “daños y perjuicios causados al feminismo” así como el suicidio del músico.
Lo que le faltó a MeToo México fue un periodismo de investigación, inquisitivo, que mostrara las evidencias que dieran credibilidad a las acusaciones de las víctimas, no cuentas de Twitter en donde imputar ilícitos a diestra y siniestra. Fue el reportaje de Ronan Farrow en “The New Yorker” el que en EE. UU dio voz a los testimonios de trece mujeres que fueron atacadas sexualmente por el magnate del cine hollywoodense Harvey Weinstein. El efecto del reportaje de Farrow fue devastador. Doscientos un hombres prominentes de negocio y políticos perdieron sus trabajos o posiciones de poder a partir de acusaciones de conductas de abuso y hostigamiento sexuales.
Blanche Petrich lo expresó muy bien. MeToo “sólo trajo despidos, heridas incurables, desprestigio, carreras truncadas, familias enteras lastimadas”. Solo hubo una rectificación de #MeToo —continúa Blanche Petrich—: días después de lastimar el buen nombre de un defensor de derechos humanos, el mecanismo reconoció que la acusación era falsa.
Nada más ajeno al feminismo que recurrir a la infamia y al anonimato para defender los derechos de las mujeres ultrajadas sexualmente, acosadas y violentadas en su medio laboral sin más opción que el silencio y el miedo. Nada más cercano al feminismo que recurrir a las instancias legales y a las instituciones del Estado para defender los derechos y pedir justicia para todas aquellas mujeres que fueron lastimadas o violadas. Por encima y a pesar de MeToo está la prohibición constitucional de que ninguna persona podrá hacerse justicia por sí misma.
Las acusaciones sobre abuso y hostigamiento que MeToo difundió tenían implicaciones de tal gravedad que no permitían los alegatos de confidencialidad tan obsesivamente citados después del caso Vega-Gil. Y de tal manera graves porque con tales acusaciones se afectaron impunemente derechos de tercero, familias, vidas. Si en el caso de Vega-Gil se hicieron las averiguaciones pertinentes como @metoomusicamx lo aseveró, éstas deben darse a conocer a las autoridades, fuera de las jergas legales, por el derecho a una vida y a una infancia del hijo del músico libre de cualquier duda de impunidad —de uno y otro lado—. De lo que se trata es dejar limpio el camino que deberá transitar el hijo del músico mexicano en el futuro como fue su deseo en su nota de despedida.
Sigo descreyendo de las voces que se dicen feministas y que viven en las antípodas. Al final tan solas, rumiantes. Deseo que ojalá algún día se acerquen a la tradición combativa, inteligente y humana del feminismo. De Juana de Asbaje a Rosario Castellanos. De Inés Arredondo a Marta Lamas. De Kate Millet y Shulamit Firestone a Simone de Beauvoir. La infamia no dignifica, ennegrece.