Javier Cadena

Después de permanecer un mes en el Hospital Español de Puebla, la familia Ramírez Bermúdez se enfrentó a “la terrible noticia de que seguramente, debido a una profunda lesión en el hipocampo, el órgano del cerebro encargado de almacenar la bendita memoria, José Agustín, el gran escritor, padecería amnesia en lo reciente, pero con eso sería suficiente para evitar que volviera a recordar casi nada nuevo, y así se decretó que, por el resto de sus días, ya nunca más podría volver a escribir”.
Leo con congoja el anterior párrafo en un adelanto de una novela en construcción de José Agustín Ramírez Bermúdez, hijo del que, con certeza, es el escritor guerrerense más célebre de la segunda mitad del siglo pasado, y quien junto a Juan Ruiz de Alarcón e Ignacio Manuel Altamirano, conforman el gran pilar sólido de las letras de Guerrero.
Y por lo que se ve, en esta obra Ramírez Bermúdez compartirá los avatares que su padre, su madre, sus dos hermanos y sus seres cercanos, han pasado a partir del miércoles primero de abril de 2009, día en que el escritor se cayó del presídium durante un evento realizado en el Teatro de la Ciudad en Puebla, para promocionar su obra, sufriendo fractura de costillas y cráneo.
Al perder el “don de la escritura”, dice Ramírez Bermúdez, su papá empezó a “convertirse en una ruina de sí mismo”, y es que para José Agustín el escribir siempre fue un acto de vivencia y sobrevivencia, y esto él mismo lo reconoció un año antes del accidente cuando en la nota que elaboró para una nueva edición de “Abolición de la propiedad”, anotó que allá en 1968 el escribir esta novela-teatro-película, lo rescató de la pérdida de dirección que padecía ya que, aseguró, “me exorcizó e inició la curación de mi alma”.
Entonces, y sin la posibilidad en esta ocasión de ser rescatado por la escritura, José Agustín “volvió a beber durante una cadena de días ya sin recuerdos”, como apunta su hijo.
Esta caída sucedió hace exactamente una década, y desde entonces el escritor enmudeció, y sus lectores perdieron la posibilidad de disfrutar todo el potencial creativo que aún tenía y debía tener hoy en día si no hubiese sucedido el accidente, y es que el siempre joven José Agustín apenas contaba con 65 años de edad cuando pasó lo terrible.
Aunque nació en Guadalajara el 19 de agosto de 1944, al mes fue registrado en Acapulco, y desde entonces el puerto poseedor de la bahía más hermosa del mundo, no lo dejó nunca, ni él a él –jijiji, qué bonito y certero juego de palabras-, al grado de que en alguna ocasión declaró que los acapulqueños “hablan hasta por los codos y no tienen la menor idea de qué es la inhibición…, son muy lisos”, y lo hizo definiéndose a sí mismo.
Pero no sólo Acapulco está presente en su vida y obra, también lo está todo Guerrero, empezando porque, del lado paterno, es sobrino del compositor de ese himno maravilloso “Por los Caminos del Sur”, y por parte materna es miembro de una familia reconocida en la entidad.
Sería largo nombrar la amplia, bien escrita, importante, conocida y reconocida obra literaria, cinematográfica y teatral, de José Agustín, pero lo que no es largo ni difícil de anotar es que toda ella no ha perdido frescura, su lenguaje es ameno, sus temas le interesan a la juventud de todas las épocas, y es que sin importar el tema que haya tratado, siempre lo hizo con un lenguaje acorde a los tiempos, y los tiempos para él nunca envejecieron y han perdurado en la memoria de todos sus lectores, cualquiera que sea la edad que tenga cada uno de ellos.
Por desgracia, hace exactamente diez años enmudeció la escritura de José Agustín debido a un accidente, pero por fortuna y por derecho propio, hay que decir que José Agustín vive y todavía nos habla a través de su anterior maravillosa obra, no cabe la menor duda.
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