Por Isidro Bautista Soriano

Van dos meses —68 días, para ser exactos— de que Andrés Manuel López Obrador ocupa el cargo de presidente de la República.

Hasta el momento no se le ve que tome la inseguridad, la violencia o a la delincuencia organizada como el problema número uno del país, ni siquiera en Guerrero, por tenerlo en la mira como uno de los estados, con toda la intención, al costo de lo que sea, para que lo encabece como gobernador un militante de su partido, Morena, dado que como candidato presidencial siempre le aportó la mayoría de votos.

Pudiera decirse, y en cierta forma es correcto, que apenas comienza su gestión, pero dicen que en la forma de agarrar un taco se nota qué tanto come. No agarra al toro por los cuernos.

No se le ha observado sentado, en reunión, junto al gabinete de seguridad con el mensaje de que va en serio su compromiso de combatir el crimen. No da la impresión de que lo tenga en la primera página de su agenda, sino que, más bien, anda con golpes mediáticos en los otros rubros, sobre todo políticos, primero con el tema del aeropuerto y después con los huachicoleros, interesado al máximo en que esté a cada rato en la boca de todo mexicano, como pan de cada día.

Y se apreció clarísimo: ante la amenaza de muerte que recibió supuesta o presuntamente del cabecilla del cártel de Santa Rosa de Lima, José Antonio Yépez Ortiz, alias El Marro, la semana pasada, únicamente dijo que no reforzará su seguridad personal, aunque al día siguiente, en gira de trabajo, apareció en convoy militar, como no lo había hecho desde su llegada al cargo.

Nunca refrendó su compromiso de combatir a la delincuencia, de investigar y/o castigar a los responsables de ese mensaje, sino, por el contrario, se limitó a expresar que con su gobierno, se acabó la guerra como la hicieron —precisó— sus antecesores contra el crimen, con puro golpe espectacular, por lo que la sociedad en general pudiera haber interpretado su declaración como un indulto, el indulto aquél del que habló, justamente en Guerrero, antes de llegar al palacio nacional.

Dos meses, y ningún capo ha caído, ni chiquito ni grandote. Siete días, y nada se ve en su gestión de que busque siquiera a El Marro. La ola de violencia sigue creciendo en los cuatro puntos cardinales del país, aparentemente sin ningún freno.

Le pega a Felipe Calderón, a Carlos Salinas, a Vicente Fox, y a los capos no puede, al menos, nombrarlos.

Critica al gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles Conejo, por haber ido a España a promover el turismo de su estado —seguramente con Morelia al frente—, como acudió Héctor Astudillo Flores, con Guerrero, a aquel país europeo, bajo el argumento de que aquél lo hizo cuando su estado se hallaba en alta tensión por el magisterio disidente.

Se olvidó de que el turismo, principalmente en Guerrero —con Acapulco, Ixtapa-Zihuatanejo y Taxco— es la principal fuente de ingresos de su estado. El clima de inseguridad no es motivo para dejar de impulsar las riquezas naturales de paseo. Habría que aplaudir esas decisiones por representar más obras y acciones de gobierno, sobre todo por la preservación o creación de fuentes de empleo.

Una de las cosas que habría que reconocer de su ejercicio como presidente, en este primer par de meses, es el hecho de haber destapado la enormísima corrupción derivada de la explotación del petróleo. No es posible que ni Peña Nieto ni los demás hoy ex mandatarios nacionales no se hayan percatado de semejantes robos, tanto de particulares como de los que tuvieron como miembros de su gabinete, y posiblemente de ellos mismos, por omisión o comisión.

Por eso el tabasqueño ganó. La gente ya estaba hartísima del más alto grado de corrupción de funcionarios, gobernantes y políticos, y de que, lo peor, nadie cayera en prisión.

La gente tiene, por fin, la esperanza de ver a López Obrador poniendo siquiera a algunos tras las rejas, sin ningún asomo de impunidad, como parece existirlo —ahora con AMLO como presidente— con el general del Ejército comisionado en Pemex ya amparado ante el señalamiento de ser cómplice del saqueo del combustible, sin su PGR en apelación.

Se mira a un presidente del país combatiendo a todo mundo, menos al enemigo número uno del pueblo que lo llevó al poder: el crimen organizado. Los muertos que caen a manos de este tipo de delincuentes, como ya aquí lo dijimos, corren a cuenta de su gobierno, aunque lleve dos meses de desempeño.

Por la tragedia de Hidalgo, con los huachicoleros, a nadie sometió a la ley.

Dos meses de desempeño… en el que la delincuencia, por el contrario, no ha perdido su ritmo de crecimiento, y, en consecuencia, ésta, con su estrangulación, impide a la población observar los logros del gobierno lopezobrarista.

Bueno… al menos, hay que darle el beneficio de la duda. isidro_bautista@hotmail.com