* Ana, una joven madre de familia refugiada en Chichihualco, confirma con su narración de la incursión de policías comunitarios de Tlacotepec en Filo de Caballos, que fue una agresión directa contra los habitantes
ALONDRA GARCÍA
Eran las dos de la tarde del domingo cuando el estruendo de los rifles de alto poder sobresaltó a Ana. “Eran bastantes, venían corriendo y disparando”, relata la joven madre de familia en una entrevista realizada en el auditorio municipal de Chichihualco, donde ha permanecido refugiada durante cuatro días con su familia y otras mil 600 personas.
Horas antes, entre sus vecinos corrió el rumor de una posible incursión de policías comunitarios. No lo creyó.
Ese domingo se quedó en casa con sus tres hijos y su esposo para disfrutar del día en familia.
Cerca de las dos de la tarde, las ráfagas de balazos rompieron la tranquilidad del pueblo.
Ana recuerda que se asomó por la puerta y a lo lejos vio a los hombres armados, decenas de ellos, que corrían a lo largo de la calle mientras disparaban contra las viviendas. Así, sin mediar palabra.
Su primera reacción fue tomar a sus niños y junto a su esposo corrieron fuera de la casa.
Varias camionetas pasaban a toda velocidad para huir de los comunitarios. Una de ellas se detuvo y les permitió abordar.
“No sacamos nada de nuestra casa, sólo la ropa que llevábamos puesta. Tampoco cerramos la puerta”, relata.
Lo primero que Ana y su familia hicieron fue ir con el Ejército para pedir ayuda. Pero no quisieron apoyarlos.
Por ello, decidieron que su única opción era abandonar el pueblo y refugiarse en la cabecera municipal, Chichihualco.
No fueron los únicos. Más de mil 600 personas, de varios pueblos, hicieron lo mismo.
El lunes por la mañana llegaron a su destino. Para entonces, el gobierno municipal de Leonardo Bravo ya comenzaba a habilitar el auditorio como refugio para las víctimas de desplazamiento forzado.
Permanecer ahí ha sido “muy difícil”, según cuenta Ana. “Los niños no están acostumbrados a estar encerrados y ya se quieren regresar al pueblo”, sin entender que allá decenas de civiles armados tienen el control.
“En las noches pasamos frío”, comenta Ana. A pesar de las colchonetas y las cobijas que donaron las autoridades y varias personas de Chichihualco, el frío del piso se impone y el aire gélido entra por las ventanas del auditorio.
A Ana también le preocupa su casa, su perro, sus pollos, su burro. Todo quedó atrás, incluso la comida de ese domingo quedó sobre la mesa, sin que alcanzaran a probarla.