Alejandro Mendoza

No se puede negar que lo largo de la historia, la comunicación y la información han sido las fuentes fundamentales del poder y del contrapoder, de la dominación y del cambio social. Y ello es debido a que la batalla fundamental se da en las mentes de las personas. Es ahí donde existe el poder: el poder está en nosotros, en nuestras mentes. 
En referencia a Manuel Castells, en su artículo ‘El poder en la era de las redes sociales’, publicado en la revista Nexos, coincido en que si nosotros pensamos de una determinada manera que sirve a determinados intereses y valores, ése es el poder que se está manifestando en nuestra práctica, y de ahí la idea de que las relaciones de poder están absolutamente ligadas a las relaciones que unos llaman de influencia, otros llaman de control social, otros llaman de persuasión.
Creo de sumo interés compartir una serie extractos de esa publicación por el contexto que se vive de la influencia de las redes sociales y de cómo desde la perspectiva del poder representa una herramienta de suma relevancia que no se puede minimizar en nada.
Cierto es que el poder también se basa, de acuerdo a la vieja tradición de Maquiavelo y Max Weber, en el monopolio legítimo o ilegítimo de la violencia. Quienes controlan los medios de la violencia tienen una capacidad de imponer sus intereses. Pero hay otra tradición en las ciencias sociales y otra práctica histórica, de Bertrand Russell a Foucault, en que la capacidad de modelar lo que ocurre en nuestras mentes y en las culturas se desarrolla a través de la persuasión y la negociación colectiva, es también la tradición que aplicó en algún momento Gramsci en términos del concepto de la hegemonía como construcción de una serie de ideas que se internalizan y que hacen que la sociedad pueda funcionar en un determinado sentido. 
De hecho, yo diría que un sistema de poder que se basa sólo en la coacción, es un poder débil, porque si una gran parte de las personas son capaces de pensar diferente y de atreverse a traducir en la práctica el pensar diferente, ese poder coactivo acaba disolviéndose. Torturar los cuerpos es menos efectivo que modelar las mentes.
Si la batalla del poder es una batalla que se juega en nuestras mentes, resulta que nuestras mentes viven inmersas en un entorno de comunicación de donde reciben las señales con las que se activan las emociones, se generan los sentimientos y se forman las decisiones. 
Por consiguiente, existe una relación básica entre comunicación y poder. Esto no es nuevo, siempre ha sido así, pero se ha acentuado profundamente en lo que llamo la sociedad red, una sociedad en la que las redes de comunicación interactiva de base electrónica y transmisión digital organizan el conjunto de las prácticas sociales del planeta en términos de la interacción de lo global y lo local.
Empiezo por la conclusión: la comunicación es el espacio en el que se construyen las relaciones de poder. Lo cual no quiere decir que los medios de comunicación tengan el poder. Esto empíricamente es falso: no tienen el poder. Son mucho más importantes que eso, porque son el espacio donde se construye el poder. Cualquier tipo de poder tiene que pasar por el espacio de la comunicación para llegar a nuestras mentes. 
Ahora bien, sea para convencernos que hay que actuar de cierto modo o que no se puede hacer algo de otra manera, las relaciones de poder no consisten, necesariamente, en provocar la adhesión, también pueden generar resignación y fatalismo, que se expresan en la visión de que todo es igual y todos son igual de malos y yo me quedo en mi casa, cierro la ventana y me monto en mi vida porque nada tiene arreglo.
Hemos pasado del optimismo al pesimismo histórico, porque la regla fundamental que sigue todo el mundo es que las cosas pueden ser todavía mucho peores. Ése es un mecanismo concreto de manipulación y que pasa a través de la construcción del espacio de la comunicación. 
La principal forma de comunicación para cambiar e influenciar la mente de los ciudadanos son los llamados medios de comunicación de masas, que funcionan en la articulación de prensa escrita, televisión y radio. Pero ahora también las redes sociales que han desplazado sustancialmente a los medios de comunicación tradicionales.
Como los mensajes políticos sólo llegan a los ciudadanos a través de los medios de comunicación, el lenguaje de la política tiene que adaptarse al de los medios. Y en ese sentido toda la política es mediática. Lo que no existe en el espacio de la comunicación deja de existir, punto. Puede existir como relación individual, pero no existe como comunicación socializada. 
Entonces, si los medios son así y la política es mediática, ¿cómo funciona? Las personas no leen los programas políticos, no los leen ni siquiera quienes los escriben, se leen los titulares de los programas en los medios, cuando los leen. Pero lo más importante es cuál es el mensaje político central en un sistema mediático. Es el mensaje más simple, una persona, un rostro humano. Ése es el mensaje fundamental en política en todo el mundo. ¿Por qué? Porque finalmente la gente se fía de una persona. Establecen un vínculo fundamentalmente emocional con una persona y, por tanto, le asignan al mensaje un rostro humano. 
Hay un vínculo directo entre la política mediática como política esencialmente dominante y la política ligada a la persona. Es la personalización de la política. En todos los sistemas políticos de este momento, lo más importante es la persona que representa el liderazgo de la opción política. Es la venta de una persona.
Si la confianza en la persona es el mensaje, la forma fundamental de nuestra política es la destrucción de la credibilidad y de la fiabilidad de la persona. O sea, es el asesinato de la reputación personal del líder y su entorno. Y eso se consigue mediante la construcción de escándalos en torno a las personalidades políticas mediáticas. Escándalos que algunas veces son simplemente la difusión de información que destruye la credibilidad de la persona. Se puede fabricar o ser verdad y mucha es mitad y mitad, se fabrica a partir de cierta realidad.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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