Alejandro Mendoza
 
En los ambientes donde se disputa el poder de algo dentro del ámbito de la sociedad, la política o el gobierno, se dice que no se le debe hacer sombra al jefe, al amo, al dirigente. Sin embargo, creo más en el respeto a la dignidad de cada persona sin pasar por alto las cualidades, habilidades, talentos o dones que pueda tener.
Hay un criterio en el sentido de esforzarse por lograr que quienes están jerárquicamente por encima de alguien se sientan cómodos con su sensación de superioridad. Una cosa es el asunto de la civilidad, la diplomacia y buenas maneras, y otra, cuando una persona debe sobajarse al grado de perder la dignidad por simplemente agradar a su superior a cambio de algún beneficio.
En tal contexto hay quienes no permiten que sus deseos por complacer o impresionar a los jefes los induzcan a hacer ostentación de sus talentos y de sus capacidades, ya que ello podría generar un efecto opuesto al deseado, es decir, inspirar temor o inseguridad en sus superiores.
Hay infinidad de historias en donde el subalterno aprende a hacer que su superior se sienta más brillante de lo que en realidad es. Es una práctica muy común, sobre todo en la política, aunque también ocurre en otras actividades de la vida pública y privada de la sociedad.
Este asunto cobra una relevancia porque hay situaciones de este tipo que se dan con mucha frecuencia en el plano laboral de las personas. Incluso hay quienes piensan que es la única manera para poder escalar en el escalafón o para subir la escalera del éxito o para ascender jerárquicamente.
Y es que la opinión positiva o negativa de una persona sobre las personas de mayor jerarquía, determina muchas de las veces que se pueda o no avanzar en cualquier actividad que se realiza.
El académico Miguel Ángel Ariño expone que cuando en una situación no se admite diversidad de puntos de vista, acaban adquiriendo protagonismo las personas mediocres sin opinión, que están dispuestos a opinar lo que el jefe quiere que se opine.
Son cortesanos con poco prestigio, pero que se mueven con aires de importancia porque el jefe los tiene en cuenta. Esta actitud de servilismo es premiada por los jefes, que al ver que estos aduladores siempre están de acuerdo con lo que ellos proponen, los tienen en gran consideración. Todo el mundo es feliz.
El problema es que las personas competentes y con conocimiento, que no están dispuestos a doblegarse y a opinar lo que no opinan, acaban frustrándose y son relegados a un tercer plano, evitando cambios de fondo que pudieran ser mucho impacto positivo para los demás.
Todos han sufrido la experiencia de trabajar a su lado. En cada oficina, en cada compañía, en cada área de trabajo o en cada actividad que se haga hay empleados lambiscones, que hacen de todo por quedar bien con sus jefes. A veces, incluso, a costa de sus propios compañeros. Y aunque puede parecer un tema frívolo, estos ‘empleados aduladores’ pueden causar un profundo daño. 
Para muchos, los aduladores son una verdadera lata. Otros los ven con simpatía y hasta los necesitan. Porque así es la adulación: no puede existir si no hay otro que la demande. Florece allí donde hay un terreno propicio para ello. Pero a diferencia del reconocimiento genuino de las virtudes de otros, la adulación siempre tiene una “agenda secreta”.
El adulador y el narcisista son la cara y el sello de una misma moneda. Una versión en positivo y en negativo de la misma realidad. El adulador proyecta en otro, lo que él mismo desea para sí. Y su objeto de admiración es siempre un ególatra.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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