Moisés Alcaraz Jiménez
Ni la primera vez que el otrora partido aplanadora perdió el poder, en el 2000 ante el PAN llevando este partido como candidato a Vicente Fox, ni en la siguiente elección en el 2006, el PRI se había hundido tanto en el desastre electoral como esta vez. Ahora el nivel de la derrota ha llegado al borde del colapso tricolor y lo manda a un lejano tercer lugar en el plano nacional y más abajo en algunas entidades de la República, congresos locales y municipios.
Medios nacionales de comunicación han destacado la derrota del PRI como una debacle que lo deja al nivel de sobrevivencia y en un escenario casi catastrófico. A la aplastante derrota presidencial, se suma que el otrora partido invencible tendrá sólo 45 diputados de 203 que tiene en esta legislatura; de 53 senadores la cifra se reducirá a 13; en la elección presidencial perdió casi 12 millones votos con relación a 2012 (Meade obtuvo 7 millones contra más de 19 de Peña Nieto).
Sólo gobernará 13 estados y en ninguno tendrá el control del legislativo, en la mayoría de ellos perdió los congresos locales: en el Edomex, Hidalgo, Sonora y Oaxaca sólo ganó un distrito y de 24 capitales estatales en disputa, el PRI sólo ganó cuatro. Destaca la desastrosa derrota en el Edomex, donde apenas hace unos meses el antes partido invencible ganó la gubernatura.
Diversas explicaciones se brindan en torno a esta enorme derrota y se construyen variados escenarios sobre el destino del tricolor. Expertos en el tema coinciden en señalar que si bien la crisis tricolor se remonta años atrás, esta debacle se aceleró con los grandes escándalos de corrupción en los que estuvo envuelto el PRI y más de siete de sus gobernadores, incluyendo los casos Odebrecht y la casa blanca.
Incluso, medios de comunicación en EU señalaron ayer que el triunfo de la oposición es una muestra del “repudio del pueblo a las cúpulas políticas” corruptas. No obstante, el hundimiento del PRI se origina cuando el modelo económico neoliberal a ultranza que impulsó el partido a lo largo de más de 30 años, empezó a generar el desastre social que hoy tenemos, sin que se hicieran los reajustes económicos necesarios para evitarlo, a pesar de que las amargas consecuencias y los resultados socialmente devastadores, estaban a la vista.
El PRI aún está ocupado en rescatar jurídicamente lo que se pueda de este proceso, todavía no logra asimilar la derrota y no se valora la magnitud del naufragio. Por ahora el PRI se concentra en la defensa del voto, el recuento de daños vendrá después. La situación todavía no se considera una emergencia ni se vislumbran cambios urgentes en su dirigencia, así lo han señalado algunos priístas.
Es verdad que el partido no está en la ruta de la extinción; sin embargo, tendrá que haber un deslinde y señalamiento de factores y actores que condujeron a la debacle, con seriedad y sin repartición de culpas. Un análisis profundo de su estructura y funcionamiento que considere el nuevo entorno político, el empobrecimiento social que el PRI contribuyó a crear y las causas reales del innegable repudio ciudadano expresado en las urnas.
Todo ello enmarcado en las nuevas formas de participación ciudadana y en los cambios que vienen que, si le va bien a AMLO, estaríamos hablando de cambios significativos al modelo económico neoliberal para acercarlo a lo que es la socialdemocracia y posible transformación del régimen de gobierno presidencial hacia uno más próximo al sistema semiparlamentario. Bien decía José López Portillo: a grandes males, grandes remedios. No se puede aspirar a menos si se quiere revertir el desastre social en el que estamos.